Diluvio
Para numerosas culturas que tenemos posiblemente documentadas el diluvio ha sido una de las causas que ha provocado el fin de un mundo, cuando no el fuego y aún el aire (ciclones) y la tierra (terremotos). Pero las dos primeras son las más frecuentes en estos apocalipsis.
Sin embargo, el agua está en la muerte pero también en el nacimiento, como todos sabemos, ya que la lluvia es imprescindible para la fecundación de las plantas, y así también para animales y hombres, y toda gama de cosas que pudiera haber, como submundos biológicos (mosquitos, hormigas, bacterias, virus).
Esta traducción de Federico Lara Peinado sobre la tablilla 11 del Poema de Gilgamesh (asirio) así dice → Himnos Sumerios:
– En Shuruppak, la ciudad que tú conoces bien y que está situada a orillas del Eufrates, en los tiempos antiguos, cuando los dioses moraban allí, / los grandes dioses decidieron suscitar el Diluvio. /
Deliberaron (sobre ello) Anu, su padre, / y su consejero, el valiente Enlil, / el porta-tronos Ninurta, / el inspector de canales Ennugi; / también Ninigiku-Ea estaba presente con ellos. /
Repitió su decisión a una pared de cañas: / –¡Pared, pared! ¡Muro, muro! / ¡Pared, escucha! ¡Muro, pon atención! / ¡Hombre de Shuruppak, hijo de Ubar-Tutu, / destruye tu casa, construye un barco, / renuncia a las riquezas, busca solamente la vida, / desprecia los tesoros, guarda vivo el soplo de la vida! / ¡Embarca en el barco todas las especies vivas! / Del barco que tienes que construir / determina bien sus medidas: / que su anchura y su longitud sean iguales / y cúbrelo con un tejado, como está cubierto el Apsu. /
Cuando estuve informado le dije a Ea, mi señor: / – La orden que tú, señor mío, me acabas de dar la obedeceré y la ejecutaré, / (…)
Cuando por la mañana apareció algo de luz, / una nube negra se alzó en el horizonte; / en su interior Adad no cesaba de rugir, / mientras Shullat y Hanish iban delante / corriendo, como porta-tronos, por montes y valles. / Erragal arranca los postes de los diques celestes / y Ninurta avanza, derribando las exclusas. /
Los Anunnaku blanden antorchas / que con su fulgor abrasan la tierra. / El terrible silencio de Adad invade el cielo / y cambia en tinieblas todo lo que había sido luz. / Las columnas de la Tierra se rompen como una jarra. /
Durante todo un día, la tempestad sopló; / fogosamente sopla y provoca la inundación / que, como una batalla, pasa sobre los hombres: / ¡no se veían uno al otro, / ni podía reconocerse a las gentes desde el cielo! / Los dioses llegaron, entonces, a espantarse de tal Diluvio / y retrocediendo, subieron al cielo de Anu. /
Fuera, los dioses, acurrucados como perros, se agazaparon. / Ishtar se puso a gritar como una mujer en trance de parto; / la Señora de los dioses, de dulce voz, ahora gime: / – Pueda cambiarse en barro ese día funesto, / porque hablé malignamente en la Asamblea de los dioses. / ¿Cómo pude hablar malignamente en la Asamblea de los dioses, / diciendo sí al combate para la destrucción de mis criaturas? / Yo, que crié a esas criaturas, que me son queridas, / ¿cómo pude llenar de ellos el mar como si fueran pececillos?
Los dioses, los Anunnaku, lloran con ella, / los dioses, postrados, están llorando, / apretados los labios, por grupos, se lamentan. / Seis días y siete noches / sopla el viento del Diluvio, la tempestad arrasa la tierra. / Al llegar el séptimo día, la tempestad del Diluvio empezó a amainar en su ataque, / ella, que se había revuelto como una mujer en parto. /
El mar se calmó, se apaciguó la tempestad y cesó el Diluvio.
El Arca de Noé, ilustración de un Libro de Horas, Normandía, c. 1430-1440.