DICCIONARIO DE SIMBOLOS Y TEMAS MISTERIOSOS
Federico González Frías

DICCIONARIO

Sol

El sol es el centro del mundo que, por su irradiación –luz y calor– da origen a la vida, por medio de la tierra que conforma una de sus periferias. Su asociación con el corazón y la rueda resulta evidente. Nuestro Universo es un sistema solar con planetas que giran exterior o interiormente a su órbita desde la perspectiva de la tierra.

Es útil aclarar también que en el Universo hay tantos sistemas solares como las estrellas que tachonan la noche.

Por otra parte es la medida del tiempo, y por lo mismo el regente de todos los ciclos, lo cual es notorio en su recorrido diario, en el anual e incluso en su ciclo mayor, el de la precesión de los equinoccios, o sea 26.000 años de su circulación anual (25.920 en realidad), lo que constituye un día del sol.

Andreas Cellarius, Harmonia Macrocosmica. Amsterdam, 1660
Andreas Cellarius, Harmonia Macrocosmica
Amsterdam, 1660

Su relación con el tiempo, es decir su movimiento en el espacio fue comparado por los griegos con un carro conducido por el dios Apolo, al que se asimilaba al mismo sol.

En el simbolismo iniciático es la primera meta del recorrido, equiparado al jardín del Paraíso, al auténtico Ser y al segundo nacimiento el que sin embargo ha de ser trascendido hacia el viaje al No Ser, significado por el simbolismo polar y lo que está más allá del sol, o sea lo supracósmico, y el tercer nacimiento.

El culto al sol es unánime en todas las Tradiciones, muchas veces precedido por el de la luna también como medida del tiempo.

En la Cábala se equipara con Tifereth, la sefirah número 6, que está directamente relacionada con la división de su ciclo; 24 horas (6 x 4 = 24), la hora de 60 minutos (6 x 10) e igualmente la del minuto, 60 segundos. Esta división del tiempo es heredada de los caldeos que se manejaban con el seis como unidad de su numerología y no con la decena pitagórica, lo que está basado en la superficie de la circunferencia, 360º (6 x 60).

En el Tarot es la carta XVIIII. En la alquimia y astrología se lo significa de esta manera:

Símbolo astrológico y alquímico del Sol.

2. El sol es el centro de un sistema inmenso, como el hombre lo es de otro igualmente indefinido, respetando, eso sí, las debidas proporciones ya que el sol es en el cielo lo correspondiente a lo que el hombre en la tierra, o sea uno en el macro y otro en el microcosmos. Asimismo el corazón es en el interior del hombre lo que el sol es en su exterior.

Llamado Padre, Fuente de Vida, por medio de la luz y el calor todo lo existente le está sujeto. Rey supremo de lo manifestado, la antigüedad solía verlo conduciendo el carro del tiempo; dando lugar a su viaje que es el día de la tierra (24 h.) y a las estaciones que son su año.

El mayor objeto de culto de todos los tiempos, junto con la luna, su esposa (o hermana-o).

Llamado Ra en Heliópolis, Surya-Savitri en la India, Apolo en Grecia, Tonatiuh entre los aztecas, etc., es también el Cristo solar. Obviamente emparentado con el fuego que es una de sus imágenes terrestres que igualmente quema e ilumina a la vez, está por lo mismo vinculado al ave Fénix, que como él muere de noche y renace al amanecer.

Splendor Solis. Salomon Trismosin, s. XVI.
Splendor Solis. Salomon Trismosin, s. XVI

Imagen del Dios Creador y por lo tanto móvil, o sea sujeta al tiempo y al espacio; es también representación del Eje Polar Inmutable, Dios invisible, alrededor del cual danza la más maravillosa creación posible y siempre cambiante y una. Apolo-Helios.

3. Los pueblos arcaicos están más cerca del origen, por ello su comunicación con el cielo es más directa y reverencian a la deidad uránica metafísica a la que hoy los sabios y estudiosos llaman Dios escondido. En cambio las civilizaciones han organizado sus panteones de modo indirecto, por la intermediación del sol y el cortejo planetario que acompaña su recorrido.

Carro solar de Surya. Miniatura hindú, s. XVIII.
Carro solar de Surya
Miniatura hindú, s. XVIII

4. Se lo suele equiparar al fuego e igualmente al oro.

5. Queremos presentar esta sencilla y breve oración –en el contexto de la importancia que se le atribuía a Inti, personaje central en esta Tradición– que pronunciaban al amanecer los súbditos del imperio incaico y que por su contenido es siempre cautivante:

Que nunca envejezcas; que siempre permanezcas joven; que cada día te alces para iluminar la tierra.

Símbolo solar, Códice Dresde.
Símbolo solar, Códice Dresde

6. El Sol y la Luna administran los cielos y todos los cuerpos que están debajo del cielo. El sol gobierna todas las fuerzas elementales, y la luna, por la virtud del sol, gobierna la generación, el crecimiento y el decrecimiento; por ello Albumasar dice que todas las cosas viven por el sol y la luna; y Orfeo los llama, por eso, los ojos vivificantes del cielo.
El Sol da luz a todas las cosas con sus propias reservas, y efectúa una copiosa distribución no sólo en el cielo y el aire sino también sobre la tierra, y en lo más profundo del abismo. Todo lo bueno que tenemos, dice Jámblico, proviene del sol, o inmediatamente de él solo, o de él mismo por mediación de otros cuerpos celestes. Heráclito lo llama fuente de luz celeste, y muchos platónicos dijeron que el alma del mundo estaba principalmente en el sol, ya que aquélla llena todo el globo del sol, expande sus rayos por todos lados, como un espíritu que ella envía a todas las cosas, distribuyendo la vida, el sentimiento y el movimiento en el universo. Por ello, los antiguos naturalistas llamaron al sol el corazón del cielo; y los caldeos lo ubicaron en medio de los planetas. Los egipcios también lo ubicaron en medio del mundo, como entre los dos quinarios del mundo; es decir, pusieron cinco planetas encima del sol, y debajo de éste, a la luna y los cuatro elementos. Este mismo sol, entre los otros astros, es imagen y estatua del príncipe supremo, como luz verdadera de uno y otro mundo (el terrestre y el celeste), y simulacro perfecto de Dios, cuya esencia nos señala al Padre, al esplendor del Hijo y al calor del Espíritu Santo: y esto de tal suerte que los académicos no cuentan con nada mejor para poder demostrar más vívidamente la esencia divina. El sol responde a Dios con tanta armonía que Platón lo llama Hijo de Dios visible; y Jámblico, imagen de la inteligencia divina; y nuestro Dionisio dice que es la estatua transparente de Dios. Este mismo sol preside como un rey en medio de los demás planetas, superándolos a todos en luz, tamaño y belleza; iluminándolos a todos, distribuyéndoles la fuerza para disponer todas las cosas inferiores; regulando sus cursos, de manera que sus movimientos se cumplan de día o de noche, hacia Mediodía o Septentrión, hacia Oriente u Occidente, directos o retrógrados. Y así como el sol disipa con su luz las tinieblas de la noche, de igual modo disipa a todos los poderes de las tinieblas, como leemos en Job: tan pronto aparezca la aurora, disipará las sombras de la muerte; y el Salmista, al hablar de los leoncillos que piden permiso a Dios para devorar, concluye: «Salió el sol, se unieron en manada y encerraron en sus cubiles y, al escapar, el hombre saldrá para dirigirse a su labor.» Al dominar, pues, el sol la región media del mundo y ser como el corazón del universo entre todas las cosas animadas, de igual manera preside en el cielo y el mundo, dominando el imperio sobre el universo mismo y las cosas contenidas en él, gobernando y regulando el tiempo, creando los días y los años, el frío y el calor, y las demás cualidades de las estaciones; y como dice Ptolomeo, al llegar al sitio de una estrella, imprime movimiento a la fuerza que aquella tiene en el aire: por ejemplo, con Marte prodiga calor; con Saturno, frío, y gobierna el espíritu y el valor del hombre. Por ello Homero dice, y lo confirma Aristóteles, que los movimientos del espíritu del hombre son tales que el sol, rey y morador de los planetas, los imprime cada día. (Cornelio Agrippa, Filosofía Oculta, cap. XXXII).