Salomón (s. X a. C.)
Uno se pregunta ¿qué debe haber habido en el corazón del alma de quien pide a su Dios le sepa conceder los dones de la prudencia y la constancia para poder gobernar su pueblo? ¿Y habrá hecho este pedido de un modo tan extraordinario como para que Yahvé le dijese que no iba a haber en el universo un hombre más rico que él y –esto es lo más importante– que debía ser igualmente el más sabio? Lo cual está en relación con otros bienes intangibles cada vez menos valorados al punto que hoy, lisa y llanamente, se los repudia como es el caso de la auténtica Sabiduría.
Este rey que sucede a David es nada menos que el hijo de éste con Betsabé, y a él le tocó asimismo levantar y terminar el templo de Jerusalén ya concebido por su padre.
Era tan rico que poseía mil mujeres en su harem entre esposas, concubinas y esclavas; diez mil caballos de tiro y silla, cuadrigas de combate, y así con todo.
Respecto a la Sabiduría, el libro sagrado menciona como ejemplo de ella el famoso veredicto que pronunció frente a dos mujeres que abogaban por la maternidad de un niño.
A él se le atribuye la composición no sólo del Cantar de los Cantares sino también de los Proverbios y el Eclesiastés y se le adjudican composiciones musicales igualmente por miles.
Eclesiastés
1 Palabras de Cohélet, hijo de David, rey de Jerusalén.
Prólogo
¡Vanidad de vanidades! –dice Cohélet–, ¡vanidad de vanidades, todo vanidad! ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol? Una generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír.
Lo que fue, eso será;
Lo que se hizo, eso se hará.
Nada nuevo hay bajo el sol.
Si algo hay de que se diga: «Mira, eso sí que es nuevo», aun eso ya sucedía en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos, como tampoco de los venideros quedará memoria en los que después vendrán. (Eclesiastés I, 1-11).
Salomón y la Reina de Saba
Pintura persa en los poemas de Farid al-Din Attar, 1472
La muerte
1 Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: / su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; / su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado.
Su tiempo el matar, y su tiempo el sanar; / su tiempo el destruir, y su tiempo el edificar.
Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír;
su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar.
Su tiempo el lanzar piedras, y su tiempo el recogerlas; / su tiempo el abrazarse, y su tiempo el separarse.
Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder; / su tiempo el guardar, y su tiempo el tirar.
Su tiempo el rasgar, y su tiempo el coser; / su tiempo el callar, y su tiempo el hablar.
Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar;
su tiempo la guerra, y su tiempo la paz.
¿Qué gana el que trabaja con fatiga? He considerado la tarea que Dios ha puesto a los humanos para que en ella se ocupen.
Él ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el mundo en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin.
Comprendo que no hay para el hombre más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar en su vida. Y que todo hombre coma y beba y disfrute bien en medio de sus fatigas, eso es don de Dios.
Comprendo que cuanto Dios hace es duradero.
Nada hay que añadir ni nada hay que quitar. Y así hace Dios que se le tema.
Lo que es, ya antes fue; y lo que será, ya es.
Y Dios restaura lo pasado.
Todavía más he visto bajo el sol: en la sede del derecho, allí está la iniquidad;
y en sitial del justo, allí el impío.
Dije en mi corazón: Dios juzgará al justo y al impío, pues allí hay un tiempo para cada cosa y para toda obra.
Dije también en mi corazón acerca de la conducta de los humanos: sucede así para que Dios los pruebe y les demuestre que son como bestias. Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra; y ambos tienen el mismo aliento de vida. En nada aventaja el hombre a la bestia, pues todo es vanidad.
Todos caminan hacia una misma meta; todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo.
¿Quién sabe si el aliento de vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de la vida de la bestia desciende hacia abajo, a la tierra?
Veo que no hay para el hombre nada mejor que gozarse en sus obras, pues esa es su paga. Pero ¿quién le guiará a contemplar lo que ha de suceder después de él? (Eclesiastés III, 1-22).