Palabra
Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. (Jn. I, 3).
Hay un antecedente evidente en el Génesis, es la palabra de Dios la que ordena «¡Hágase la luz!» (Fiat Lux) y luego sigue siendo la voz de Dios la ejecutora de su plan, («dijo Dios»).
El término palabra era para los griegos desde Heráclito tema muy amplio, aunque debemos siempre tener en cuenta que la palabra crea un discurso, que es el que es, y de allí su identificación con el concepto de logos.
Templo de los Jaguares. Chichén Itzá
Para todos los pueblos la palabra ha sido siempre mágica. Para la teosofía hermetista la palabra ha sido un ser mediador por el que la deidad trascendente toma contacto con el mundo o contribuye a su creación, o conservación.
Tal es el caso de Hermes, dios de la palabra y la elocuencia y heredero del Thot egipcio inventor de la escritura y él mismo un escriba divino, lo que es igual a como se lo ve a Hermes en el Corpus hermético, revelador de la ciencia divina.
Por eso no es nada extraño que el mismo evangelista Juan, nutrido de la filosofía de su tiempo que toma la palabra como la fuerza que a partir de una idea (idea-fuerza) activa a todo el universo y les da a las criaturas el ser individual signando su función, le haya reconocido su poder generador.
De hecho el Verbo existía antes de la Creación, ya que él la genera, y convivía alegremente con Dios. San Agustín aún ha identificado a Cristo con la palabra y por lo tanto con el logos.
Por ser mágica no se puede saber si obra por sí misma o por la boca de quien la pronuncia (individualidad). En Israel es atribuida al poder de Yahvé y también en Egipto es dada como tal porque la pronuncia el faraón, al ser éste mismo una encarnación de la verdad.
En todo caso siempre tiene que haber una estricta relación entre el Verbo y quien la pronuncia, incluso en las circunstancias en que ésta ha sido pronunciada.
Códice Vindobonensis, 27-1
La palabra es inmortal, está siempre viva y por ello es que perpetuamente es actuante. Si se comprende, es curativa, porque nos lleva de continuo a la resurrección. Pero no es sólo ella su sentido, sino que su sonido es capaz de dar cuenta de un estado que se produce en nosotros. De allí la reiteración de nombres y palabras en los himnos sagrados, que han pasado, como convención de modo profano, a los estribillos de las canciones populares. → Sonido.
Y también ha dicho Juan:
La Palabra era la luz verdadera / que ilumina a todo hombre / cuando viene a este mundo.
En el mundo estaba, / y el mundo fue hecho por ella, / pero el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, / mas los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron / les dio poder de hacerse hijos de Dios, / a los que creen en su nombre; / estos no nacieron de sangre, / ni de deseo de carne, / ni de deseo de hombre, / sino que nacieron de Dios.
Y la palabra se hizo carne / y puso su Morada entre nosotros; / y hemos contemplado su gloria, / gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad. (Juan, I, 9-14).
Pero no es sólo el sonido o la Palabra la creadora del mundo sino que el libro, donde se fija la Palabra (sonora) es también la causa de la creación del universo según nos dice igualmente el Sefer Yetsirah:
…–Él es sublime y Santo–
y creó su Universo con tres libros...
2. Platón (Crátilo) nos dice lo siguiente por boca de Sócrates y Hermógenes:
Sóc. — En realidad, parece que Hermês tiene algo que ver con la palabra al menos en esto, en que al ser «intérprete» (hermēnea) y mensajero, así como ladrón, mentiroso y mercader, toda esta actividad gira en torno a la fuerza de la palabra. Y es que, como decíamos antes, el «hablar» (eírein) es servirse de la palabra y lo que Homero dice en muchos pasajes (emḗsato «pensó», dice él) es sinónimo de «maquinar» (mēchanḗsasthai). Conque, en virtud de ambas cosas, el legislador nos impuso, por así decirlo, a este dios que inventó el lenguaje y la palabra (y légein es, desde luego, sinónimo de eírein) con esta orden: «hombres, al que inventó el lenguaje (eírein emḗsato) haríais bien en llamarlo Eirémēs». Ahora, sin embargo, nosotros lo llamamos Hermês por embellecer, según imagino, su nombre. (Por cierto, que Iris también parece tener su nombre por el hecho de eírein, pues era mensajera).
Herm. — ¡Por Zeus! Entonces me parece que Crátilo afirma con razón que yo no soy Hermogénēs (nacido de Hermes): y es que no soy diestro en la palabra.
Sóc. — Pero es más, amigo mío: el que Pan sea un hijo doble de Hermes no carece de sentido.
Herm. —¿Pues cómo?
Sóc. — Tú sabes que el discurso manifiesta la «totalidad» (tó pân) y que se mueve alrededor y no deja de hacer girar; y que es doble, verdadero y falso.
Herm. — Desde luego.
Sóc. — Por consiguiente, su carácter verdadero es suave y divino y habita arriba, entre los dioses, mientras que su carácter falso habita abajo, entre la mayoría de los hombres, y es áspero y trágico. Pues es ahí, en el género de vida trágico, donde residen la mayoría de los mitos y mentiras.
Herm. — Desde luego.
Sóc. — Por consiguiente, el que manifiesta «todo» (pân) y siempre hace girar sería justamente Pàn Aipólos, el hijo doble de Hermes, suave en sus partes superiores, y áspero y cabruno en las inferiores. Conque Pán es o bien la palabra o hermano de la palabra, dado que es hijo de Hermes; que nada tiene de extraño que un hermano se parezca a su hermano. Pero como te decía, feliz Hermógenes, dejemos a los dioses. (Platón, Crátilo, 407e-408d, trad. J. L. Calvo).