Maestro
El grado de maestro es el último que corona la carrera de la Masonería azul. Previamente se han obtenido los de Aprendiz y Compañero. El Maestro masón, ya está en condiciones de dirigir una obra y ser el Venerable de una Logia. La edad de un Maestro es de 7 años y más (el número siete es un mínimum). La batería del grado lleva tres veces 3 golpes; la marcha del mismo grado se hace con 3 pasos después de haber hecho la marcha del compañero (8 pasos); la Logia de este grado está iluminada por tres grupos de 3 luces. Como se verá no guarda las mismas relaciones que el aprendiz y el compañero.
En la simbólica general los maestros son aquellos que tienen un oficio: carpinteros, jardineros, constructores (maestros de obra) y así se llama a los artesanos de distintos conocimientos.
En el ámbito esotérico sin embargo el maestro es aquél que posee el Conocimiento, de donde derivaron los grados de la educación universitaria, media y primaria. Maestro por lo tanto en cualquier orden o nivel es aquél que enseña.
En el Oriente suelen llamarse maestros a la casta de los brâhmanes, específicamente los gurúes del hinduismo, teofanías de la deidad misma y por lo tanto dignas de un trato no sólo respetuoso o laudatorio, sino incluso servil: expresiones como "a los pies del maestro" y exageraciones en cuanto a sus atributos y personalidad son frecuentes, aunque no la norma, en la India y son exportadas a Occidente, lamentablemente, conformando una verdadera anomalía egótica, particularmente cuando se piensa que el modelo del sabio y maestro por antonomasia ha sido Sócrates, viviendo al descampado o en los portales de Atenas, al que los habitantes de esa ciudad le obligaron a beber la cicuta acusado de corromper a la juventud con su prédica –que ha sido el origen de la filosofía y la metafísica para la Tradición occidental– como bien lo ha consignado el divino Platón, su discípulo. Materia, ésta, de profunda reflexión.
Busto de Sócrates. Museo Nacional, Nápoles. - Gema griega con la efigie de Platón. Museo Británico
En el athanor de la alquimia –que cada adepto lleva en su interior– es donde se realiza todo el trabajo hermético dado por un guía o instructor y que el adepto ha de realizar indefectiblemente en su propia matriz. Allí deberá morir y renacer una y otra vez siguiendo las enseñanzas de la Tradición Hermética, de la Cosmogonía perenne, y allí se producirán las auténticas iniciaciones que llevarán poco a poco, a la transmutación completa de su ser, al No Ser; de lo cósmico a lo supracósmico, de lo humano a lo suprahumano. → Hermes.
2. He aquí entonces cómo el que enseña debe abordar la enseñanza, ofreciendo a cada uno, a partir de las disposiciones que son naturales en él, la salvación; en cuanto al enseñado, conviene que se entregue al enseñante y tranquilamente se deje conducir a lo verdadero, lejos de los ídolos, elevándose desde la caverna subterránea hacia la luz y la verdadera esencia, <deseando la naturaleza pura del bien> que es sin mezcla de su opuesto y abandonando lo que es parcial e ilusorio, por ser totalmente presa de un deseo de lo universal e indiviso. Porque el bien total, como dice Sócrates en el Filebo, no es ni solamente deseable ni solamente perfecto y suficiente ni solamente capaz y susceptible de colmar a los demás seres, sino que posee todas estas cualidades a la vez, perfección, capacidad y deseabilidad; y, de hecho, atrae a todas las cosas a sí mismo, está lleno de sí mismo y da a todos los seres la armonía. Pero los seres múltiples se prenden de este bien de una manera particular, y algunos, teniendo únicamente en cuenta su carácter deseable, buscan el placer, que es un ídolo de lo deseable de lo alto, otros, que no tienen ojos mas que para su perfección, ponen toda su atención en la riqueza, porque es ahí donde está el ídolo de la suficiencia; otros, que sólo consideran la capacidad, están fascinados por el poder (y de hecho, el poder es un simulacro de la capacidad). Consecuentemente, abandonar estas apreciaciones parciales del bien para concentrarse en la totalidad de su naturaleza y elevarse / / hacia su pleroma total, eso es lo que aparta admirablemente a los enseñados de perder su tiempo en los ídolos. (Proclo, Sobre el primer Alcibíades de Platón, 151,11-153,2).