Lámpara
La relación de la lámpara y el fuego resulta evidente. También con la luz, a la que ambos igualmente simbolizan. Las lámparas se alimentaban de aceite y representaron durante siglos la presencia de la vida del principio fuego y su doble expresión como calor y luz del hogar. Estas son las herederas de los hachones y teas de plantas resinosas que les precedieron, aunque en general las de aceite se relacionan más con el interior de la casa (tanto habitación como cultual), y con el exterior las anteriores.
También se les llama lámparas a los propios seguidores de Jesús en estos términos:
Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.
Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. (Mateo, V, 14-15).
Bajo la luz de unas mortecinas lámparas han leído por siglos centenares de buscadores de la verdad, comenzando por los primeros filósofos o los aspirantes a sabios, que no se comprende cómo podían efectuarlo con esas débiles luces.
Es importante recordar que el fuego que producen las lámparas y su luz son símbolos del espíritu –que es la lámpara que nos ilumina– más allá de sus aspectos simplemente poéticos o materiales.