Furor
Estado que precede a cualquier generación.
El rapto y aspiración del ánima hacia su principio. → Heroicos Furores.
En tiempos mejores se daba el nombre de furor poético a la inspiración de los bardos. Dice Cesare Ripa en su Iconología:
Era antigua costumbre entre los gentiles el dar a los poetas el nombre de Santos Descendientes del Cielo, hijos de Júpiter, intérpretes de las Musas y sacerdotes de Apolo.
Furor
Cesare Ripa, Iconología, Roma 1593.
2. Marsilio Ficino refiriéndose a Platón anota:
Hay entre los intérpretes platónicos una doble música divina. Creen que una se encuentra de modo real en la mente eterna de Dios, y la otra, en cambio, en el orden y movimiento de los cielos. Por ella las esferas celestes y las órbitas producen una cierta armonía admirable. De ambas había sido partícipe nuestro espíritu, antes de que fuera encerrado en los cuerpos; pero en estas tinieblas se sirve de los oídos como de pequeños resquicios, y de todos los sentidos, y gracias a éstos alcanza, como ya hemos dicho muchas veces, las imágenes de aquella música incomparable. Por ellos es devuelto a cierto recuerdo íntimo y callado de la armonía de que antes gozaba, todo entero se inflama en el deseo y anhela gozar de nuevo de la verdadera música y volver volando a las regiones que le son propias; y aunque comprende que, mientras la verdadera música esté encerrada por la tenebrosa morada del cuerpo, él no la puede alcanzar en modo alguno, se esfuerza al menos en la medida de sus fuerzas en imitar a aquella cuya posesión no puede gozar. Esta imitación es doble entre los hombres. Unos, en efecto, imitan la música celestial por los ritmos de las voces y sonidos de diferentes instrumentos. A éstos los llamamos con razón músicos ligeros y casi populares. Otros, en cambio, imitando con un juicio más noble y firme la armonía divina y celestial, disponen a la inversa los pies y ritmos como percepción y conocimiento de la íntima razón. Éstos en verdad son quienes, inspirados por un espíritu divino, hacen manar algunos poemas muy nobles e ilustres con un lenguaje, como dicen, enteramente armonioso. A ésta Platón la llama música y poesía nobles, la más poderosa imitadora de la armonía celeste, porque la más ligera, de la que poco antes hicimos mención, solamente fascina por la suavidad de las voces. La poesía, en cambio, reproduce, lo cual también es propio de la divina armonía, de forma más ardiente ciertos sentimientos muy nobles, délficos al decir del poeta, mediante los ritmos y movimientos de las voces. Por ello sucede que no sólo halaga a los oídos, sino que también aporta a la mente un alimento suavísimo y muy semejante a la ambrosía celeste, de modo que parece acercarse más a la divinidad.
Piensa Platón, sin embargo, que este furor poético nace de las Musas. A aquel que sin la inspiración de las Musas se acerca a las puertas de la Poesía, esperando que con su arte llegará a ser poeta, ciertamente lo considera vano a él y a su poesía; pero cree que los poetas que son arrebatados por una inspiración y fuerza celestiales, manifiestan unos pensamientos, muchas veces inspirados por las Musas, tan divinos que ellos mismos, cuando se hallan un poco más tarde fuera de su arrebato, no comprenden lo que habían dado a conocer. (Sobre el Furor divino, trad. Juan Maluquer y Jaime Sainz).
Y también en el De Amore, Comentario al Banquete de Platón:
Puesto que desciende por cuatro grados, es necesario que por cuatro grados ascienda. El furor divino es aquél que nos eleva a las cosas superiores, como indica su definición. Cuatro, entonces, son las especies del furor divino: el primero, el furor poético, el segundo, el furor de los misterios, el tercero, la adivinación, el cuarto, el afecto del amor. La poesía procede de las Musas, el misterio de Dionisos, la adivinación de Apolo, el amor de Venus. Ciertamente el espíritu no puede volver a esta unidad, si él no se hace uno. (…) Por tanto, en primer lugar hace falta el furor poético, que con los tonos musicales despierta las partes que duermen, y con la suavidad armónica calma aquéllas que están turbadas, y finalmente por la concordancia de diversas cosas elimina la discordia disonante y modera las diversas partes del espíritu. Y esto no es aún suficiente. Porque en el espíritu queda todavía la multitud. Se añade entonces el misterio que concierne a Baco, que por sacrificios y purificaciones, y todo el culto divino, dirige la atención de todas las partes hacia la mente, por la que Dios es venerado, puesto que cada una de las partes del espíritu es reducida a una sola mente, y ya el espíritu de muchos se ha hecho un todo que es uno. Hace falta además el tercer furor, que reduce la mente a la unidad misma que es la parte más importante del alma. Esto lo hace Apolo por la profecía. Pues cuando el alma se eleva por encima de la mente a la unidad misma, presagia las cosas futuras. Finalmente, después que el alma se ha hecho una, digo, unidad que hay en la naturaleza misma y esencia del alma, sólo queda que se reduzca a aquel Uno que está sobre la esencia, esto es, Dios. Esto lo cumple la Venus celeste, por el amor, esto es, por el deseo de la belleza divina y por el entusiasmo del bien. (Cap. XIV, trad. Rocío de la Villa Ardura).
Esto es retomado por Cornelio Agrippa en su Filosofía Oculta:
Hay cuatro especies de Furores divinos; cada uno proviene de su divinidad, a saber, de las Musas, de Dionisio, de Apolo y de Venus. (III, cap. 45).