Fuego
En la India védica después de elegido un lugar apropiado donde las energías cósmicas se expresaran mediante vibraciones armónicas o la energía del paisaje equilibrara la escena, se instalaba un altar a Agni, el Fuego primordial. Algunas veces los altares tenían forma de chimeneas y la parte de abajo se correspondía con la casa-habitación en cuyo hogar se mantenía un fuego perenne, tal cual lo siguen haciendo los proto-iraníes mazdeístas que sostienen una hoguera permanente, de modo arcaico, en los templos de su tierra, entre los cuales se encuentra uno famoso, en la India, en Bombay, y son conocidos popularmente como los adoradores del fuego, con un gran número de adeptos.
Estos fuegos permanentes, harto frecuentes en la India en general –como en otras partes del mundo entre ellas varias culturas precolombinas–, pretenden de ese modo evocar las corrientes del inframundo (ctónicas) que se elevan a los cielos, sublimándolas, procurando el equilibrio universal aunque no dejan de tener carácter utilitario y sirven igualmente como abrigo y cocina, mientras la chimenea, reflejo del eje del mundo, se eleva hacia las alturas.
Teodoro de Bry, América, 1528-1598
Como el humo, señala la tendencia ascendente hacia lo alto, indicando los cielos.
El fuego fue sacado por Prometeo de las calderas del inframundo bajo la férula de Vulcano (Hefesto) y entregado a los hombres para su uso; la metalurgia es uno de ellos y caracteriza también a la Edad de Bronce y posteriormente a la de Hierro, en la que nos hallamos.
Vesta era el nombre romano de la diosa griega del fuego, Hestia. Las vestales eran sacerdotisas de su culto que mantenían siempre encendida su llama. Su fiesta era la Vestalia fechada el nueve de julio.
Prometeo es hijo de un Titán, como Zeus lo es de otro, y tiene varios hermanos. En algunas Tradiciones es considerado como el creador del hombre, aunque principalmente es tomado como su bienhechor pues robó semillas de fuego de la rueda del propio sol –o de la fragua de Hefesto, como hemos dicho–, para entregárselas a los hombres, salvándolos. Por ello fue encadenado por Zeus con cables de acero mientras un ave nacida de Tifón se alimentaba de su hígado que se regeneraba permanentemente, como el propio fuego.
Cuando Heracles pasó por donde se encontraba Prometeo lo liberó. Como Prometeo era a su vez profeta devolvió el favor, le mostró cómo coger las manzanas –de oro– del jardín de las Hespérides.
Pero lo que importa es el espíritu del fuego o el espíritu divino que en la India es Brahma.
Prácticamente es ésta la razón por la que los santos teólogos representan con la imagen del fuego al Ser supraesencial que no admite figura. En cuanto imagen de cosas visibles, el fuego representa, por decirlo así, muchas propiedades de la Deidad. El fuego, en realidad, está sensiblemente presente en todas las cosas. Lo penetra todo sin mancharse y continúa al mismo tiempo separado. Todo lo ilumina y permanece a la vez desconocido, pues no se le percibe más que a través de la materia donde opera. Es incontenible. Nadie lo puede mirar fijamente. Todo lo domina, y transforma en sí mismo cuanto alcanza. Se entrega a los que se le acercan. Renueva con su calor vivificante. Ilumina con su resplandor y permanece puro, sin mezclarse. Produce cambios, pero en nada se altera. Sube a lo más alto y penetra lo más hondo. Se arrastra por los suelos y anda por lo más elevado. Siempre moviéndose a sí mismo y moviendo a los demás. Se extiende por todas direcciones sin que en ninguna parte pueda encerrarse. De nadie necesita. Escondido crece y manifiesta su grandeza doquier es recibido. Dinámico, poderoso, invisible, presente en todo ser. Si no se le hace caso, parece que no existe. Pero cuando hay frotación, como si se le hiciera un ruego, sale en busca de algo. Aparece de repente, naturalmente y por sí solo; pronto se levanta incontenible y sin propio menoscabo, alegremente se comunica con su contorno. (Dionisio Areopagita, De la Jerarquía Celeste, XV, 329A-329C).
Obviamente ligado a la alquimia en cuyo athanor se templan las almas; la inmersión en el fuego es simbolizada también en la India y en otras Tradiciones por el paso sobre tizones ardientes.
Lo que se destaca en verdad es el ardor del fuego interno como es el caso de la Kundalinî en el proceso iniciático. Se da así sentido a la ritualización exterior haciéndola interna, como señala el título del libro de San Juan de la Cruz, Llama de Amor Viva.
De allí también todos los ritos de purificación por el fuego que, en el máximo de su ejecución, ofrendan la propia vida del que se inmola en él. Aquí deberíamos recordar al dios mexicano Xiuhtecuhtli (Huehuetéotl), dios del fuego, al mismo tiempo que el hacedor del tiempo. Era el creador de la quinta era; por ser inalterable no había muerto en las cuatro creaciones anteriores. Por ello su fiesta se celebraba cada cuatro años y en especial, en la ceremonia del fuego nuevo, cada cincuenta y dos años (el siglo náhuatl cuando las Pléyades alcanzaban el zénit a medianoche sobre el Monte de la Estrella). Los cristianos lo celebran anualmente con la ceremonia del cirio pascual.
Ceremonia del fuego nuevo.
Códice Borbónico, p. XXXIV.
Fuego y agua se oponen y al mismo tiempo ambos dan cuenta de la purificación; en algunos mitos como en el de los gemelos del Popol Vuh, estos elementos actúan sucesivamente.
La destrucción que produce el fuego es una acción negativa, dolorosa, por lo que los dioses del fuego y los metalúrgicos heredan estas mismas características. Los incendios de los campos para su posterior siembra poseen idéntica dualidad telúrica. En el tantrismo tibetano el poder del fuego se asocia con el dominio de las pasiones y la obtención de estados sutiles.
Hasta el fin de los tiempos, siempre habrá algún fuego encendido sobre la tierra. → Tohil.