Erudición
La erudición para la Ciencia Sagrada suele ser una forma del saber distorsionada. La acumulación de datos, especificaciones, formas, fechas, y definiciones son artificios de esa ciencia de los que pretenden manipularla para ocultar la verdad. El erudito es un impostor, se hace pasar por aquél que conoce sin serlo. Gustan de la pompa, del orgullo, y de la imbecilidad en grado superlativo; poseen el aparato que circunda el punto central y lo toman por él gracias a una buena memoria lógica y repetitiva y a su falta de honestidad con respecto a los otros, de los que se creen separados y a quienes desprecian. Desde luego se trata del falso erudito, moneda corriente hoy en día, que circula en universidades, academias e instituciones como moneda sin precio. La verdadera Sabiduría a veces se alcanza por la erudición pero son casos mínimos, aislados, de lo que no dan cuenta ejemplar ni los filósofos presocráticos, ni Sócrates, ni el testimonio de Platón. Tampoco los sabios-chamanes de todos los pueblos arcaicos. De hecho, la erudición tal cual la conocemos existe después de la invención de la imprenta por Gutemberg y la fijación masiva de conocimientos en planchas tan pétreas como las lapidarias. El erudito cree que engañando a la muchedumbre va a ser admirado pero no sabe que se hace acreedor al más profundo desprecio por los hombres de Conocimiento. Marioneta más o menos moderna, recibe títulos y distinciones en entidades profanas, donde el rebuzno generalizado reina y donde todos creen que es más importante la universidad (profana) que el saber.
El sabio auténtico no necesita de la erudición y aunque pueda haber sido un extraordinario lector, o estudioso, en el camino ha ido eliminando unas referencias que le impedían el saber, o las ha olvidado. En los programas de preguntas y respuestas televisivos suelen triunfar memoristas de nivel escolar que son admirados por el gran público y que saben quién descubrió tal cosa y en qué fecha, ignorando lo que tal cosa es en sí; maestros ciegos que enseñan a otros ciegos, a los que hace referencia el Evangelio.
Como dice el Tao Te King 81:
El sabio no es erudito, el erudito no es sabio.