DICCIONARIO DE SIMBOLOS Y TEMAS MISTERIOSOS
Federico González Frías

DICCIONARIO

Enseñanza

Necesidad de recibir, aceptar y devolver aquello que sabemos, que nos ha sido enseñado.

La enseñanza de los símbolos, la simbólica, también debe aprenderse puesto que el símbolo tradicional debe ser enseñado para que lleguen a efectivizarse algunas de las potencialidades que lleva en sí mismo y fecunde la vida de los aprendices gracias a lo recibido.

Enseñar es también aprender. Y cuando se dice enseñar no se habla de una enciclopedia de datos y referencias, sino de aquello que se expresa en el lenguaje musical, la poesía y las artes y ciencias tradicionales, o sea: la Doctrina.

Es necesario aclarar que esta doctrina no es la suma de enseñanzas de cualquier tipo, aún las más osadas y modernas, sino bien por el contrario la coincidencia de todos los lugares y tiempos, desde donde podemos escoger la vía esotérica adecuada para nuestra realización intelectual-espiritual; obtenida esta última, mediante la experiencia proporcionada por nuestro trabajo hermético, o sea esotérico.

entrega y recepción del libro
 
Theatrum Chemicum Britannicum, 1652
Adviértase que el maestro da a comer al discípulo un libro sagrado.

He aquí como ejemplo el discurso de Hermes a Tat:

Discurso de Hermes a su hijo Tat

Que Dios es a la vez inaparente y lo más aparente

1 He aquí todavía una doctrina, Tat, que quiero exponerte completamente, para que no continúes sin ser iniciado en los misterios de Aquél que es demasiado grande para ser llamado Dios. Tú pues, comprende cómo el ser que a la mayoría parece inaparente va a volverse para ti en el más aparente. En efecto, no podría existir siempre si no fuese inaparente; porque todo lo que aparece ha sido engendrado, ya que ha aparecido un día. Al contrario lo inaparente existe siempre, porque no tiene necesidad de aparecer: es eterno en efecto, y es él quien hace aparecer todas las demás cosas, siendo él mismo inaparente ya que existe siempre. Hace aparecer todas las cosas, pero él mismo no aparece jamás, engendra, pero él mismo no es engendrado; nunca se nos ofrece como imagen sensible, pero él es quien da una imagen sensible a todas las cosas. Pues manifestación en imagen sensible sólo la hay de los seres engendrados: en efecto venir al ser no es otra cosa que aparecer a los sentidos. 2 Por eso es evidente que el Único no engendrado es a la vez inaparente y no susceptible de ofrecerse en imagen sensible, pero, como él da imagen sensible a todas las cosas, aparece a través de todas, y en todas, y aparece sobre todo a aquellos a quienes él mismo ha querido manifestarse. Tú pues, Tat, hijo mío, ruega en primer lugar al Señor y Padre y Solo, que no es el Uno sino fuente del Uno, que se muestre propicio, a fin de que puedas alcanzar por el entendimiento ese Dios tan grande y para que haga resplandecer uno de sus rayos, aunque sea uno sólo, sobre tu inteligencia. En efecto, sólo el Conocimiento ve lo inaparente, ya que él mismo es inaparente. Si puedes, aparecerá entonces a los ojos de tu intelecto, Tat: pues el Señor se manifiesta con plena liberalidad a través de todo el Universo. ¿Puedes ver tu pensamiento y asirlo con tus propias manos y contemplar la imagen de Dios? Pues, si incluso lo que está en ti es para ti inaparente, ¿cómo se te manifestará Dios mismo, a tí, por medio de los ojos del cuerpo? 3 Así pues si quieres ver a Dios, considera el sol, considera el curso de la luna, considera el orden de los astros. ¿Quién es el que lo mantiene así? Todo orden en efecto supone una delimitación en cuanto al número y al lugar. El sol, dios supremo entre los dioses del cielo, a quien todos los dioses celestes ceden el paso como a su rey y soberano, sí, el sol con su inmenso tamaño, él que es más grande que la tierra y el mar, soporta tener por encima de sí, cumpliendo su revolución, astros más pequeños que él mismo. ¿A quién reverencia o a quién teme, hijo mío? ¿Todos esos astros que están en el cielo no cumplen, cada uno por su lado, un curso semejante o equivalente? ¿Quién ha determinado para cada uno de ellos el modo y la amplitud de su carrera? 4 He aquí la Osa, que gira alrededor de sí misma, arrastrando en su revolución al cielo entero: ¿quién es el que posee ese instrumento? ¿Quién es el que ha encerrado el mar en sus límites? ¿Quién el que ha asentado la tierra sobre su fundamento? Pues existe alguien, Tat, que es el creador y señor de todas esas cosas. No podría ser, en efecto, que ni el lugar ni el número ni la medida fueran cumplidos con regularidad si no existiese alguien que los ha creado. Todo buen orden supone en efecto un creador, sólo la ausencia de lugar y medida no lo supone. Pero aun esta ausencia no carece de señor, hijo mío. En efecto, si lo desordenado es deficiente, no por ello obedece menos al señor que todavía no ha impuesto el orden en la ausencia de lugar y armonía.

5 ¡Quiera el cielo que te fuera dado tener alas y elevarte al aire, y allí, situado en el medio de la tierra y del cielo, ver la masa sólida de la tierra, las olas extensas del mar, el correr de los ríos, los movimientos libres del aire, la penetración del fuego, la carrera de los astros, la rapidez del cielo, su rotación alrededor de los mismos puntos! ¡Qué visión tan bienaventurada, hijo, cuando se contemplan en un solo momento todas estas maravillas, lo inmóvil puesto en movimiento, lo inaparente volviéndose aparente a través de las obras que genera! Tal es el orden del universo y tal la hermosa armonía de ese orden. (…)

9 E incluso, si me fuerzas a decir algo aún más osado, su esencia propia es alumbrar y producir todas las cosas; y, del mismo modo que sin productor nada puede venir a ser, así Dios no puede existir siempre, si no crea constantemente todas las cosas, en el cielo, en el aire, sobre la tierra, en el abismo, en toda región del universo, en el todo del Todo, en el ser y en la nada. Porque, en el universo entero, nada existe que no sea él mismo. Él es a la vez las cosas que son y las que no son. Porque las cosas que son, él las ha hecho aparecer, y las que no son, las contiene en sí mismo. 10 Él es el Dios demasiado grande para tener un nombre, él es lo inaparente y él es lo muy aparente; el que contempla el Intelecto es también aquél que ven los ojos; él es el incorpóreo, el multiforme, o mejor aún, el omniforme. Nada existe que él no sea también: porque todo lo que es, todo es Él. Y de allí viene que posea todos los nombres puesto que todas las cosas han nacido de este único padre; y de allí viene que no tenga ningún nombre, porque es el padre de todas las cosas.

¿Quién, pues, podría ensalzarte, hablando de ti o dirigiéndose a ti? ¿A dónde volver mi mirada cuando quiero alabarte? ¿A lo alto? ¿Abajo? ¿Hacia dentro? ¿Afuera? Ninguna vía, ningún lugar en tu entorno, ni absolutamente ningún ser: todo es en ti, todo viene de ti. Tú das todo y no recibes nada: pues tu tienes todas las cosas, y no hay nada que tú no poseas.

11 ¿Cuándo te cantaría? Porque no puede concebirse estación ni tiempo que te conciernan. ¿Y por qué te cantaría? ¿Por las cosas que has creado o por aquéllas que no has creado? ¿Por las que has hecho aparecer o por las que has ocultado? ¿Y en razón de qué te cantaría? ¿Como perteneciéndome a mí mismo? ¿Como teniendo algo propio? ¿Como siendo otro que tú? Porque tú eres todo lo que soy, tú eres todo lo que hago, tú eres todo lo que digo. Porque tú eres todo, y no existe nada más que tú: incluso aquello que no existe, tú también lo eres. Tú eres todo lo que ha venido al ser y todo lo que no ha venido al ser, eres pensamiento, en tanto que pensante, Padre, porque modelas el universo, Dios, en tanto que energía en acto, bueno, porque creas todas las cosas. (Corpus Hermeticum, Libro V, trad. F. González y JM. Río).