DICCIONARIO DE SIMBOLOS Y TEMAS MISTERIOSOS
Federico González Frías

DICCIONARIO

Danza

"Desde la más remota antigüedad, y de manera unánime en todos los pueblos, aparece la danza como expresión del sentir del ser humano, y como un acto natural en él. Unida siempre a la música y al canto, como una trilogía rítmica indisoluble, ella constituye un gesto espontáneo que se articula con el ritmo universal. Este ponerse 'a ritmo', este 'ritmar' con el cosmos, es la esencia y el origen de la danza, cuyas coreografías y movimientos circulares se inspiran en el orden de los planetas y sus efectos y correspondencias en la manifestación. El hombre, el danzante, es el intermediario entre cielo y tierra, y sus pasos repiten y representan la cosmogonía primordial a la que inmediatamente asigna un carácter repetitivo y ritual. Gracias a estos gestos y figuras ideales, o 'patrones' simbólicos, y a la total entrega a la danza, el ser humano se ve transportado a otro mundo, a otro espacio mental, donde su participación activa en el presente, a través del movimiento, hace que conecte con una sola y única onda, o vibración, compartida por la creación entera. Cuando esto es así, es que se ha comprendido el sentido mágico de la vida, de la que se forma parte." (Introducción a la Ciencia Sagrada, Programa Agartha, Federico González y col.).

Danza alrededor del eje del mundo, Códice Borbónico

Danza alrededor del eje del mundo
Códice Borbónico

El baile es un arte que ha estado presente prácticamente desde que el hombre es tal. Los griegos lo ponían bajo el patrocinio de Terpsícore, pero todos los pueblos del mundo han danzado y llevado a cabo coreografías de modo colectivo o individual. De hecho la danza "clásica" nunca ha sido heredada de la Tradición grecorromana o de ninguna otra. El ballet es más un artificio que un arte y toda la parafernalia que lo rodea sólo un resultado de la "cultureta" actual que ve en él ensueño, distinción y buenas maneras, productos que no están vinculados y que no entran en los propósitos ni en la inspiración de ninguna de las Musas. El arte, por el contrario, está emparentado con la sacralidad y sus orígenes son rituales y relacionados con las deidades. Aunque la belleza física de los cuerpos en movimiento bien pudiera simbolizar el espíritu, la danza en sí es más bien una necesidad como lo es el canto.

Danzantes. Códice Durán
Códice Durán, lámina 48

Las danzas más frecuentes y significativas tienden al círculo, a la rueda y su movimiento. Danza, canto y música conforman una trilogía presente en todas las culturas humanas.

Danzantes de la doble Serpiente

Danzantes de la doble Serpiente.
Concha. Cultura del Mississippi, c. s. XIII-XVI.
Museo del Indio Americano, Smithsonian Institution

Karl Kerényi en su libro Desde el Laberinto, cap. 2, "Reflexiones sobre la danza griega", nos ofrece esta larga cita de W. Otto:

La danza, en su venerable forma de antiguo culto, es la verdad y al mismo tiempo la justificación de estar en el mundo; de todas las teodiceas, es la única eterna e irrefutable. Ella no enseña, no discute, sólo da pasos y, con estos pasos, saca a la luz lo que está en lo más hondo de todas las cosas: no es voluntad ni poder, no es miedo ni preocupación, ni nada de todo aquello que se pretende imputar a la existencia, sino lo eternamente hermoso y divino. Ella es la verdad de lo existente y, en lo más inmediato, es la verdad de lo viviente.

Tan pronto como la vida es íntegramente ella misma, es decir, cuando se libera de lo momentáneo y de las necesidades y finalidades, entonces la danza se llena de ritmo y armonía, de la matemática de origen divino que obra en el fondo de todas las cosas y se hace visible con el perfeccionamiento de sus formas. Allí la alegría y la tristeza ya no son trágicas contradicciones, sino que ambas están unidas e iluminadas por la claridad de la esencia originaria.

Es el momento en que la criatura viviente suelta las ataduras de lo cotidiano para dejarse seducir por las cadencias lentas o rápidas, sostenidas o apasionadas de los movimientos primordiales, si bien siempre son grandes y solemnes. Lo que significa: ser uno y lo mismo con la vida del universo, dejar de ser individuo o persona para convertirse en el ser humano como criatura originaria, que ya no se enfrenta a los avatares cambiantes, sino que forma parte del todo universal. Más aún: no solamente no está frente a él, con diálogos y respuestas, sino que está en él, es él mismo. El ser con su verdad habla a través de la figura, el gesto y el movimiento.

Si todo el arte, como ya saben todos aquellos cuyos pensamientos son más profundos, tiene precisamente este significado fundamental, entonces la danza aún es más primordial y venerable que toda otra forma: pues aquí el hombre no crea nada material, sino que él mismo es la respuesta y la verdad.

El Teatro es visto como una danza (Danza de Shiva, que produce mundos con cada gesto) de tensiones, de equilibrios y desequilibrios permanentes que conforman la vida.

Danza en un fresco. Tumba-capilla de Nebamón, Tebas.
Detalle de un fresco en pared
Tumba-capilla de Nebamón, Tebas

Todo ese modelo simbolizado por la red (o cuadriculado) repite el mismo arquetipo una y otra vez, generándose por la Idea que ha engendrado este jardín.

Danza acrobática. Mastaba de Kayemmi, Egipto.

Danza acrobática
Mastaba de Kayemmi, Egipto

2. Déjese llevar por un sencillo experimento: El movimiento y los giros constantes de la danza nos sacan fuera de nuestra percepción ordinaria y nos proponen un ejercicio tan desacondicionador como ligado a otras lecturas de las dimensiones del movimiento en su expresión atemporal y espacial, que de pronto se advierten en los desplazamientos de manera directa, no dialéctica y racional; los movimientos armónicos inspirados por los dioses del aire nos transportan mediante la ruptura de nuestro falso control a espacios y ciclos más amplios que aquellos que laboriosa y equivocadamente forjamos en nuestra cotidianidad por problemas de autocensura interna.

3. Háblame, Musa, del amado vástago de Hermes, el caprípedo, bicorne, amante del ruido, que va y viene por las arboradas praderas junto con las Ninfas, habituadas a las danzas. Caminan ellas por las cumbres de la roca, camino de cabras, invocando a Pan, el dios pastoral de espléndida cabellera, desgreñado, bajo cuya tutela se hallan todas las nervosas colinas, así como las cimas de los montes y los senderos pedregosos.

Va y viene de aquí para allá por entre los espesos breñales, atraído a veces por las suaves corrientes de un río. A veces, por el contrario, vaga por entre los escarpados roquedales, trepando hasta la más alta cima, atalaya de rebaños.

A menudo corre a través de las altas montañas de resplandeciente blancura. A menudo atraviesa por entre las laderas matando fieras, tras escrutarlas con penetrante mirada.

De vez en cuando, al atardecer, se deja oír él solo al regreso de la montería, tocando suave música con su caramillo. No lo aventajaría en sus cantos el ave que, entre las frondas de la florida primavera, difunde su lamento y derrama su melifluo canto.

Acompañándolo entonces las montaraces Ninfas de límpido canto, moviendo ágilmente sus pies sobre el venero de oscuras aguas, cantan. Y gime el eco en torno a la cima del monte.

El dios, de una parte a otra de los coros, a veces deslizándose al centro, los dispone, moviendo ágilmente los pies. Sobre su espalda lleva una rojiza piel de lince, enorgullecido en su fuero interno por los melodiosos cantos, en el suave prado donde el azafrán y el fragante jacinto se mezclan indistintos con la hierba al florecer… (Himnos Homéricos, Himno XIX, "A Pan").