Cocito (gr.)
Río infernal refulgente de fuego que junto con el Aqueronte y el Estigio se dirigen hacia el Tártaro del que, generalmente no se sale jamás.
Diversas fuentes nombran al Cocito, (Platón en el Fedón 107d-108c y ss.; Virgilio en La Eneida, libro VI; Dante en La Divina Comedia: Infierno; Homero en La Odisea, X) pero son entre sí disímiles o apenas si lo mencionan como un río en llamas. En cambio Platón nos da una versión basada en los poetas que a nuestro juicio no sólo aclara sus fuentes sino que fija y sintetiza a este río helado capaz de provocar un frío espantoso y tan contradictorio como de llamas y simultáneamente gélido.
Virgilio y Dante en el Cocito congelado. Grabado de Gustave Doré para La Divina Comedia.
Platón en su Fedón refiriéndose particularmente a dicho río nos dice:
Y, a su vez, de enfrente de éste surge el cuarto río, que primero va por un lugar terrible y salvaje, según se dice, y que tiene todo él un color como el de lapislázuli; es el que llaman Estigio, y Estigia llaman a la laguna que forma el río al desembocar allí. Tras haber afluido en ella y haber cobrado tremendas energías en el agua, se sumerge bajo tierra y avanza dando vueltas en un sentido opuesto al Piriflegetonte hasta penetrar en la laguna Aquerusíade por el lado contrario. Tampoco su agua se mezcla con ninguna, sino que avanza serpenteando y desemboca en el Tártaro enfrente del Piriflegetonte. El nombre de este río es, según cuentan los poetas, Cocito.
Y Orfeo afirma en su Himno a Hermes Infernal (LVII):
Tú, que habitas el inexorable sendero del Cocito, impuesto por el destino, que guías las almas de los mortales al fondo de la tierra. Hermes, hijo de Dioniso, que danza con delirio báquico, y de la doncella pafia, esto es, de Afrodita de ojos vivos, que frecuentas la sagrada mansión de Perséfone, asistiendo a las almas de funesto sino, bajo tierra, como acompañante, a las que conduces, cuando les llega el día fijado de su destino, porque todo lo seduces, hipnotizador, con tu caduceo mágico, y de nuevo despiertas a los que están dormidos. Pues te dio la diosa Perséfone el honor de acompañar a las almas eternas de los mortales por el camino que lleva al ancho Tártaro. Bienaventurado, envía, pues, te lo ruego, a tus iniciados un fausto final a sus labores.
Camafeo romano