Ciudades y Centros Sagrados
4. Barcelona
La fundación mítica de Barcelona es atribuida a Heracles (o Hércules), hijo del olímpico Zeus y de la mortal Alcmena, del linaje de Perseo al igual que su marido, Anfitrión.
Dice la leyenda que Heracles navegó hasta la península Ibérica con nueve barcas, una de las cuales, la novena, recaló en las costas de levante. En el lugar donde se encontraba esta barca, Heracles hizo construir una ciudad nueva a la que se denominó barca nona (Barcelona). Desde este punto, Heracles emprendió el viaje de regreso a Grecia. (Hermes y Barcelona, Cap. I. Libro dedicado a Federico González como guía intelectual de los miembros del C.E.S. de Barcelona).
"Pues al regresar (Hércules) de sus viajes y de la guerra de Troya, recaló con los argonautas en la costa catalana, y tal como había prometido fundó la ciudad a los pies de Montjuïc, y la colonizó con los pocos soldados que habían quedado en la barca novena (…)
(…) Es una montaña (Montjuïc) por la que corren las aguas, tanto las de la lluvia (aguas superiores) como las subterráneas (aguas inferiores). Una tierra, un espíritu, donde la Tradición fija un pueblo en el mismo monte durante un tiempo, y más tarde en la planicie, que él antaño procuró, y donde sus casas, templos y murallas se edifican con la piedra igualmente extraída de él (…)
(…) Y he aquí que desde una visión sagrada de la existencia y siguiendo las huellas que la historia y la geografía nos han ido dejando acerca de este cerro, descubrimos que Montjuïc es un espacio significativo, un pequeño todo, una montaña sagrada." (Federico González, Defensa de Montjuïc por las Donas de Barcelona. Cap. I).
Hay huellas de Hermes en la historia de Barcelona, en su fundación mítica –a través del héroe civilizador–, pero también en todos los tiempos. La ciudad se construye y administra por medio de artes transmitidas por el dios Hermes a los hombres aunque éstos hayan llegado a desconocerlo, y cada edificación o acto de gobierno revelan, en su sentido más profundo, a esta deidad intermediaria y esquiva. Además, por causas que escapan a lo racional y previsible, la vinculación de Hermes con Barcelona se ha expresado de una manera especialmente palpable, hasta se diría que gráficamente, en una determinada coyuntura histórica de la ciudad.
Situémonos en los inicios del siglo XIX. En esa época, la mayoría de las ciudades españolas seguían conservando sus murallas medievales, pero el intenso crecimiento poblacional que algunas experimentaban imponía en ellas el tránsito a un nuevo modelo urbanístico, hecho signado por el derribo de las viejas murallas. De entre las grandes realizaciones de reforma llevadas a cabo durante esa época fue el plan elaborado por el arquitecto Ildefons Cerdá para Barcelona el proyecto más espectacular. Diseñado alrededor del antiguo núcleo gótico, el conocido Eixample extendió la ciudad varios kilómetros a lo largo de su costa y hacia la sierra de Collserola, gestándose así la nueva ciudad, que integraba en su proyecto a la Ciudad Antigua (Ciutat Vella). Este impulso promocionó enormemente las relaciones e intercambios humanos de toda índole entre Barcelona y el resto de Europa, y sobre todo con América, estableciéndose en ese periodo un intenso comercio de ultramar. Barcelona imbuida por ese espíritu expansionista y renovador, se abre popularmente a la cultura. Nacen una multitud de cafés que acogen tertulias en las que se habla de literatura, de ciencia, de política, de filosofía, de música, de poesía, de arte, de teatro, de la industria y del comercio. En definitiva, estos cafés eran auténticos centros populares de información y comunicación de ideas y novedades, siendo en ellos donde se gestan y promocionan los negocios, entre ellos gran número de editoriales, periódicos y revistas. No es pues casual que esa ciudad renaciente tomara como símbolo de su emergencia la figura del dios Hermes-Mercurio, el mensajero divino, intermediario entre los dioses y los hombres, a los que comunica las ideas, las artes y las ciencias, siendo por su intermedio que Barcelona está ligada a su tradición más ancestral, la tradición de Hermes, la que, llegada a través de Egipto, Grecia y Roma, nos conecta con un pensamiento primigenio y universal, el mismo que ha forjado desde antiguo el alma de Occidente. Como nos dice Federico González: "La Tradición Hermética es, pues, una forma de la Tradición Unánime, universal y primigenia –adecuada al ropaje histórico y a la mentalidad de ciertos pueblos y ciertos seres– que se ha manifestado aquí y allá, conformando y organizando su cultura y la civilización" (Federico González, La Rueda. Una Imagen Simbólica del Cosmos. Barcelona, 1986).
Cabe advertir en esa invocación generalizada para atraer la influencia de Hermes (constatada en los muchísimos documentos impresos donde se plasmó su figura, como es el caso de la propia moneda, las acciones del Metro emitidas en esa época, grabados, forjas, vidrieras, cerámicas, esculturas y bastantes otras muestras que podríamos enumerar donde se representa la figura del dios o bien sus atributos) que, en este periodo de refundación de la ciudad, la Tradición Hermética, sus símbolos y mitos estaban aún presentes entre las gentes y sobre todo entre aquellos que de alguna manera participaron con más vigor en la creación de la nueva Barcelona… (Hermes y Barcelona. Cap. I).
Es muy importante destacar que por debajo de la ciudad visible se encuentra otra subterránea que, conformando un inmenso laberinto oculto anima y ha animado a este conjunto misterioso –en parte aprovechado por el hombre, que incluso lo ha reconstruido– transitado por la pitonisa del Montjuïc y su escuela, ya que son un puñado de mujeres, las que recorren profetizando y dando vida a estos oscuros ámbitos, que nos acechan, las que, por otra parte, nos darán las claves para beber el agua en sus fuentes y poder salir del laberinto.
Civitates Orbis Terrarum, de Braun y Hogenberg, 1572