Belleza
La belleza, otro nombre de la verdad y el bien, según Platón, es la armonía de las partes, en suma, la coincidencia de los opuestos que brilla por su propio resplandor.
Intuir la belleza y ser uno con ella es una forma de Conocer, una síntesis perfecta de la unicidad que se expresa por su intermedio. El éxtasis arrebatador del amor, la manifestación como música de las esferas y la serenidad que nos llega por estos motivos no son sólo maneras de expresar este hecho que conjuga al sujeto que conoce y al objeto que despierta, la Intuición Intelectual, hermanados en la misma Inteligencia y llevados por ella en presencia de la Sabiduría.
El contacto directo con esta realidad es abrirse al espíritu y al ojo que todo lo ve. Lo cual por cierto es distinto a lo que hoy se entiende por belleza, la que inclusive puede hallarse en esta expresión espantosa y sumamente conflictiva y desarmónica del mundo actual, en el que por algún motivo que no conocemos, nos ha tocado vivir.
Como buena mediadora, la belleza nos permite una ruptura de nivel, el pasar de algo discursivo y conocido a otra realidad no sujeta a la temporalidad y desconocida hasta ese momento.
Percibir esta belleza es ponerse a tono, afinar con el misterio siempre presente.
La belleza se encuentra directamente vinculada con la perfección y en ese sentido las figuras geométricas en general, y en particular la del triángulo, el cuadrado y el círculo, o la de los cinco sólidos regulares, constituyen la imagen visible de la belleza geométrica y su expresión necesaria y suficiente.
La belleza nos seduce y esa seducción nos lleva al Conocimiento.
También en la fealdad puede percibirse la belleza por ausencia, o en el exceso, o en una acumulación del horror puede lograrse la catarsis por una consternación llevada al límite y aún traspasarlo, superando la individualidad y sin poder recurrir a ningún cliché o supuesto conocido.
Las excelencias de las cosas bellas están cercanas a la esencia divina pero sólo las connaturales a él parecen ser de algún modo las más puras e incontaminadas. Y se debe tener la audacia de afirmar, Asclepio, que la esencia de Dios, si Dios la tiene, es la belleza; y que es imposible que lo bello y bueno se dé en ninguno de los seres del cosmos, pues todas las cosas que nuestra mirada abarca son meros simulacros y apariencias engañosas. (Corpus Hermeticum, VI, 2).
Nunca y siempre son análogos pero de signo contrario. El brillo exterior de la Verdad es la Belleza, su parte interior guarda silencio.