Apócrifos (gr.)
Muchas de las festividades litúrgicas, nombres y costumbres ancestrales de la Tradición Católica están basadas en los libros apócrifos de los que dejaron constancia los primeros Padres de la Iglesia: Ireneo, Dídimo el ciego, Orígenes y Clemente de Alejandría, etc. Poco se conoce de los primeros siglos cristianos y su literatura apócrifa aunque es verdaderamente copiosa y puede dividirse tal cual el Nuevo Testamento en cuatro grandes grupos de libros: a) Evangelios. b) Hechos. c) Epístolas. d) Apocalipsis. Es muy importante también señalar que muchos de estos manuscritos se encontraron en la Biblioteca de Nag-Hamadi por lo que se los ha catalogado como escritos gnósticos (o herméticos) dado su carácter sapiencial y esotérico.
La palabra Apócrifo viene del griego y significa cosa oculta o escondida, tal cual nosotros pensamos la poseen los propios evangelios canónicos y aún todos los escritos del Nuevo Testamento, a los que la Iglesia los presenta como dándoles una acepción ortodoxa y literal que están lejos de tener.
Por lo contrario, son esotéricos, y ésta es la verdadera razón de todos estos escritos cristianos, tanto los pocos oficiales como los muchos condenados, a tal punto que la palabra apócrifo no ha podido librarse hasta el día de hoy de un carácter sospechoso, peyorativo. Igualmente agregaremos que ciertos libros, como el Apocalipsis de Juan se consideraron apócrifos –y aún así se consideran– para muchas iglesias y comunidades cristianas. También los Evangelios canónicos a veces resultan más pobres y pueriles que los apócrifos y se interesan más en los milagros, que al fin y al cabo son anecdóticos y casi menos apreciados por el propio Maestro Jesús, que en la enunciación de la doctrina y la palabra del Salvador.
Asimismo hay apócrifos judíos del Antiguo Testamento y muchos consideran como tal al Libro de la Sabiduría, atribuido al rey Salomón, cuyo carácter hermético por su propio tono se hace evidente. Damos a continuación la lista de los más importantes títulos de estos, reservándonos el recuento de los del Nuevo Testamento para nuestra entrada Evangelios Apócrifos: El libro de Henoch; El libro de los jubileos; Los salmos de Salomón; La Sibila judía; Los cuatro libros de los Macabeos; La Asunción de Moisés y la de Isaías; Los libros de Esdras; Los testamentos de Job y de Salomón; Los Apocalipsis de Elías, Sofonías y Baruch, El Apócrifo de Ezequiel, etc., etc.
Añadiremos para terminar que el término apócrifo se ha extendido a muchos libros anónimos o atribuidos a autores improbables como el pseudo (advertir nuevamente lo peyorativo) Dionisio Areopagita. A todos estos habría que agregar los vastos fragmentos diversos encontrados en las cuevas de Qumrán conocidos como Los Rollos del Mar Muerto que suelen dividirse entre bíblicos y no bíblicos aunque todos están relacionados con el pueblo hebreo –y aún con el cristianismo o, con las ideas que éste adoptó posteriormente puesto que no generó sus doctrinas y características partiendo del vacío– y con una secta hebrea que vivió en esas grutas de la que se conservan documentos completos sobre la admisión de los neófitos, los trabajos que realizaban y aún su constitución político-administrativa encabezada por un maestro de justicia con ciertos rasgos que se han comparado con el Maestro Jesús y su prédica. Se dice que esta secta era la de los esenios, salida como el cristianismo de la matriz judía más o menos helenizada.
Llama la atención que en estos manuscritos no se mencionen curaciones ni milagros, sino que son metafísicos y doctrinales, en lo cual no se diferencian de los de Nag-Hamadi.