DICCIONARIO DE SIMBOLOS Y TEMAS MISTERIOSOS
Federico González Frías

DICCIONARIO

Tiempo (Medida del)

«El tema de los calendarios mesoamericanos es uno de los más importantes dentro del campo de las culturas precolombinas. Traduce la manera de concebir el tiempo de los antiguos americanos en relación con el espacio, las deidades, el paso de los astros y estrellas, los estados de la materia, los colores y los demás símbolos y elementos asociados que constituyen el universo indígena y que conforman su cosmogonía. El tiempo es ‘medida’ –que siempre supone un espacio–, módulo y proporción que vincula las distintas partes del cosmos y por eso un elemento de unión entre ellas; pero sobre todo es la ley, que al cumplirse indefectiblemente hace posible todo esto, en cuanto se advierte que su presencia –manifestada por el movimiento– obedece a pautas y ritmos periódicos que ligan a los seres, los fenómenos y las cosas entre sí, estableciendo parámetros, analogías y prototipos que inmediatamente llevan a la idea de un mismo y único modelo universal; la manifestación de este modelo es la totalidad de lo posible, y su expresión más evidente la vida universal y la naturaleza como símbolo de ésta. Por ello el tiempo siempre es actual; no es algo generado en los comienzos y que subsiste como un componente abstracto de la realidad psicofísica, sino que expresa esa misma realidad ahora, pues él es una de sus condiciones, es decir, un elemento siempre presente sin el que la vida no sería posible.

«Su cualidad es entonces parte constitutiva del cosmos, y su forma de manifestarse –que puede ser medida cuantitativamente en el espacio– la manera en que éste se expresa, y por lo tanto una clave para la comprensión de su esencia, un módulo válido para el conjunto de la creación. En esta perspectiva han de cobrar particular importancia las revoluciones de los astros y las estrellas en el firmamento, que por estables con respecto a la rapidez del movimiento de la tierra han de servir como guías y puntos de referencia para establecer las pautas generales del conjunto –la armonía de lo que Pitágoras llamaba la ‘música de las esferas’, la que se logra por la interacción de todos los movimientos individuales, incluido el de la tierra y los hombres.

«Éstos, en las culturas precolombinas según lo que llevamos dicho, no se vivieron a sí mismos como separados del cosmos pues la vida para las culturas tradicionales es una sola a pesar de sus múltiples manifestaciones de distinto orden. En ese fluir, en esa navegación de la cual es protagonista el ser humano, los objetos cambian de forma, y los fenómenos se suceden constantemente, como lo hacen los estados de ánimo de los dioses, en particular los vinculados a los fenómenos atmosféricos y la tierra, los que son los más veloces y cambiantes con referencia a la casi impasibilidad de las deidades más altas, que mucho más lentas y antiguas surcan el cielo con majestuosa imponencia.

«Si todo esto se da en el tiempo y éste constituye parte de la vida, asimismo se expresa en el hombre, cuyo ser no es sin el tiempo. Es decir, que las pautas que establecen las estrellas y los astros en el firmamento son equivalentes a las de la tierra y los seres humanos, y los períodos y ciclos que los caracterizan no son de ninguna manera arbitrarios sino que corresponden a un plan universal que cada una de sus partes refleja a su manera; siendo el total el conjunto arquetípico, el modelo que se repite de modo invariable y que se expresa por ‘medidas’, módulos simbólicos y números que se interrelacionan indefinidamente entre sí, creando de continuo el asombroso universo.

«De este mundo de analogías que conforman el cosmos, el tiempo, la vida, tratan los calendarios mesoamericanos, ya sean los burilados en piedra o los pintados en códices, tanto los que se refieren a las Grandes Eras –registradas también en el mito, el rito y el símbolo– cuanto los calendarios lunares o solares, o el complejísimo tonalámatl (o el tzolkin maya), verdadera síntesis de relaciones, expresión plena de la cosmovisión mesoamericana y de su conocimiento de las leyes universales.

Calendario maya de 260 días (izquierda) engranado con el año de 365 (derecha). La Civilización Maya, R. J. Sharer basado en S. Morley.
Calendario maya de 260 días (izquierda) engranado con el año de 365 (derecha).
La Civilización Maya, R. J. Sharer basado en S. Morley

«El calendario ‘solar’ y civil llamado xihuitl por los aztecas y haab por los mayas, consta de 18 meses de 20 días, lo que da un total de 360 días, a los que agregaban cada periodo anual otros cinco, considerados nefastos y que en náhuatl llamaban nemontemi. Trescientos sesenta es el número de la circunferencia y el ciclo (360 = 3 + 6 + 0 = 9) y vincula –según lo que hemos visto de las cualidades numéricas– al cielo con la tierra o al círculo con el cuadrado (9 x 4 = 36) en un módulo de división cuaternaria que se caracteriza por el regreso a su punto inicial, en el que comienza el nuevo año. Ese ciclo es recorrido de acuerdo a la velocidad angular del astro, a saber: un día por cada grado de arco de la circunferencia. Con él se organizaba la vida civil y las fiestas religiosas. El cómputo maya es aún más perfecto que el gregoriano, pues en este último el año dura 365,2425 días, mientras que en el maya 365,242308, y el año trópico dura promedio 365,242199 días medios.

«Los nombres de los veinte días en el calendario azteca son los siguientes, y se identifica a cada uno de ellos con un símbolo, signo o glifo:

1 cipactli cocodrilo

2 ehécatl viento

3 calli casa

4 cuetzpalin lagartija

5 cóatl serpiente

6 miquiztli muerte

7 mazatl venado

8 tochtli conejo

9 atl agua

10 itzcuintli perro

11 ozomatli mono

12 malinalli hierba

13 acátl caña

14 ocelotl jaguar

15 quauhtli águila

16 cozcaquauhtli zopilote

17 ollin movimiento

18 tecpatl pedernal

19 quiahuitl lluvia

20 xóchitl flor

«Estos 20 días se dividen en cuatro grupos de 5 días (asignados a 4 rumbos espaciales: sur, oriente, norte y poniente), que se alternan de modo retrógrado (de derecha a izquierda) comenzando invariablemente por 1 cipactli.

«Los dieciocho meses se llaman: 1: Acahualco, 2: Tlacaxipehualiztli, 3: Tozoztontli, 4: Hueytozoztli, 5: Toxcatl, 6: Etzacualiztli, 7: Tecuilhuitontli, 8: Hueytecuilhuitontli, 9: Tlaxochimaco, 10: Xocohuetzi, 11: Ochpaniztli, 12: Teoteclo, 13: Tepeilhuitl, 14: Quecholli, 15: Panquetzaliztli, 16: Atemoztli, 17: Tititl, y 18: Itzcalli, aunque no hay certeza acerca de la traducción exacta de algunos de estos nombres. Para nuestros efectos hemos de tomar especialmente en cuenta los signos de los veinte días, pues son idénticos a los del tonalámatl, columna vertebral de las altas civilizaciones precolombinas, verdadero calendario adivinatorio –en el sentido etimológico del término–, no sin antes indicar que estos veinte días en el calendario solar engranaban con los dieciocho meses de una manera rotatoria. Sin embargo, este último calendario no es estrictamente solar, en el sentido de que no sigue el movimiento aparente del sol, que va del norte al mediodía, sino que su transcurrir es retrógrado (inversamente a las manecillas del reloj) como ya lo hemos indicado. Eso hace que vaya del mediodía al amanecer, de éste a la medianoche, y de ella al poniente, para retornar al sur (e igualmente en las estaciones del año solar: verano, primavera, invierno y otoño), lo cual se encuentra invertido respecto a las modalidades aparentes del movimiento solar. Lo creemos referido a un módulo relacionado con las Grandes Eras, puesto que la precesión equinoccial lleva también ese mismo movimiento retrógrado. Lo que hace, a este calendario, también simbólico como el tonalámatl. Fundamentalmente es numérico-mágico, por ello es que tiene una función social y civil y marca las conmemoraciones religiosas y fiestas rituales.» (Federico González, El Simbolismo Precolombino). Calendario.