DICCIONARIO DE SIMBOLOS Y TEMAS MISTERIOSOS
Federico González Frías

DICCIONARIO

Manvântara (hindú)

Periodo de tiempo correspondiente a un ciclo de esta humanidad. Siete manvântaras descendentes y siete ascendentes conforman en la Tradición Hindú un Kalpa. Este ciclo está regido por un Manú.

El manvântara está equiparado a 2 veces y media la precesión de los equinoccios, que posee 25.920 años (64.800 años), o en números redondos, por ejemplo en la Tradición Precolombina, 65.000 años, o sea, también, 5 periodos de 13.000 años, e igualmente se le suele llamar un día del sol. René Guénon ha escrito sobre este periodo cíclico, lo siguiente:

Los Manvantaras, o eras de Manús sucesivos, son en número de catorce, formando dos series septenarias de las cuales la primera comprende los Manvantaras pasados y aquél en el que estamos actualmente, y la segunda los Manvantaras futuros. (…) Este último punto de vista es evidentemente el que más importa aquí: permite ver, en el interior de nuestro Kalpa, como una imagen reducida de todo el conjunto de los ciclos de la manifestación universal, según la relación analógica que anteriormente hemos mencionado, y, en ese sentido, podría decirse que la sucesión de los Manvantaras marca en cierto modo un reflejo de los demás mundos en el nuestro.

Y continúa el metafísico francés:

También puede considerarse otra correspondencia con los Manvantaras, en lo que concierne a los siete Dwîpas o «regiones» en los que está dividido nuestro mundo. En efecto, aunque estos se representen, según el sentido mismo del término que los designa, como otras tantas islas o continentes repartidos de una determinada manera en el espacio, hay que guardarse bien de tomar esto literalmente al considerarlos simplemente como partes diferentes de la tierra actual. De hecho, «emergen» por turno y no simultáneamente, lo que equivale a decir que sólo uno de ellos está manifestado en el dominio sensible durante el curso de un determinado período. Si este período es un Manvantara, habrá que concluir de ello que cada Dwîpa deberá aparecer dos veces en el Kalpa, es decir, una vez en cada una de las dos series septenarias de las que hemos hablado hace poco; y, de la relación entre estas dos series, que se corresponden en sentido inverso, (…) puede deducirse que el orden de aparición de los Dwîpas, en la segunda serie, deberá igualmente ser el inverso del que ha tenido lugar en la primera. En suma, se trata aquí más bien de estados diferentes del mundo terrestre, antes que de «regiones» propiamente hablando (…)

Y siguiendo con todo este discurso parcialmente incomprensible y que se manifiesta tal como una ruptura de nivel a través de un mandala tridimensional, puesto que las magnitudes de los números (cada manvântara consta de 4 Yugas de diferente duración siguiendo de modo fiel a la Tetraktys pitagórica, o sea de 25.920 años el Satya Yuga, 19.440 el Trêtâ Yuga, 12.960 el Dwâpara y 6.480 el Kali Yuga, es decir 64.800 años para todo el manvântara) y los hechos que se describen sobrepasan cualquier reflexión individual y aparecen desde un punto de vista lógico como exentos de todo sentido, baste observar que 64.800 años por 14 manvântaras = 907.200 años como duración total del Kalpa (el cual se considera un «día de Brahmâ»), es decir, en números redondos 1.000.000 de años.

Otra Tradición a la que Guénon cita en este sentido es la caldea, de la cual toma el número total de la duración del manvântara (64.800 años) que es el del reinado de Xisuthros (el Manú actual).

Volviendo a la correspondencia espacial de las siete tierras queremos citar la concordancia de éstas en la Tradición Hebrea con los 7 Dwîpas de la Tradición Hindú, observando que por otra parte, en la primera, los seis manvântaras anteriores y el actual encuentran su correspondencia en los siete días de la creación:

… estas «siete tierras», aunque representadas exteriormente por otras tantas divisiones de la tierra de Canaán, se ponen en relación con los reinos de los «siete reyes de Edom», quienes corresponden bastante manifiestamente a los siete Manús de la primera serie; y se hallan comprendidas todas en la «Tierra de los Vivientes», que representa el desarrollo completo de nuestro mundo, considerado como realizado de modo permanente en su estado principial. Podemos observar aquí la coexistencia de dos puntos de vista: uno de sucesión, que se refiere a la manifestación en ella misma, y el otro de simultaneidad, que se refiere a su principio, o a lo que podría llamarse su «arquetipo»; y, en el fondo, la correspondencia de estos dos puntos de vista equivale de alguna manera a la del simbolismo temporal y el simbolismo espacial, a la que precisamente hemos hecho alusión hace un momento en lo que se refiere a los Dwîpas de la tradición hindú. (Formas tradicionales y ciclos cósmicos, I).

De nuevo en su obra El Rey del Mundo:

En la India, se dice que el color azul de la atmósfera se produce por la reflexión de la luz sobre una de las caras del Mêru, la cara meridional, que mira al Jambu-dwîpa, y que está hecha de zafiro; es fácil comprender que esto se refiere al mismo simbolismo. El Jambu-dwîpa no es solo la India como se cree de ordinario, sino que representa en realidad [nada menos que] todo el conjunto del mundo terrestre en su estado actual; y, en efecto, este mundo puede ser considerado como situado todo entero al sur del Mêru, puesto que éste se identifica con el polo septentrional. Los siete dwîpas (literalmente «islas» o «continentes») emergen sucesivamente en el curso de ciertos periodos cíclicos, de suerte que cada uno de ellos es el mundo terrestre considerado en el periodo correspondiente; forman un loto cuyo centro es el Mêru, en relación al cual están orientados según las siete regiones del espacio. (Cap. VII).

Y continuando con el punto de vista de la simultaneidad, o sea, en el de la permanente inspiración:

De igual modo, en el simbolismo kabbalístico, el «Santo Palacio» o «Palacio interior» está en el centro de las seis direcciones, que forman con él el septenario (…)

Toda esta estructura simbólica y mítica se puede ver de dos maneras, de un lado una perfecta maquinaria de reloj en la que estamos encerrados por la limitación de nuestras condiciones espacio-temporales cuya solución es precisamente una posibilidad virtual que el centro del sistema simboliza, y de otro una constante invitación a participar de modo tal que ese conjunto de dualidades se resuelva en nosotros (y nosotros con ellas).

Se puede explicar o saber de memoria el modelo pero no deja de ser un modelo explicado en palabras. Y las palabras son limitaciones.

En la ruptura de nivel por lo más alto, también se evade el «solitario» que depende de El Khidr el cual por su propia nueva realidad genera en aquél una nueva creación que él mismo ordena. Yuga.