DICCIONARIO DE SIMBOLOS Y TEMAS MISTERIOSOS
Federico González Frías

DICCIONARIO

Ficino, Marsilio

Adivinación: Examen de las vísceras cuando la partida del guerrero 
A. Ferrucci, Busto de Marsilio
   Ficino
, Florencia, Santa María dei Fiore.

"Marsilio Ficino nació en 1433 y murió sesenta y seis años después en Florencia donde creó en Careggio bajo los auspicios de la Corte de los Médicis, en 1468 la nueva Academia Platónica, (…) se entregó desde muy joven al estudio de la filosofía y la teología, la medicina y la astronomía-astrología; reconocía la presencia de distintos niveles en el hombre y en el universo, lo que configuraba la existencia de mundos visibles e invisibles que actuaban de modo coordinado, sempiterno y constante entre dos polos: cielo y tierra. Y dado que estos planos se encontraban estrechamente unidos conformando un solo y único organismo vivo, se podría, en ese caso, actuar sobre ellos, es decir sobre energías sutiles y angélicas para que fecundaran así a los espíritus más gruesos, reconociendo de este modo la imponente armonía del conjunto e integrándose a ella mediante el reconocimiento de la unidad del Ser, del que el hombre, como microcosmos, estaba hecho a imagen y semejanza. Para este fin tres medios se destacan, el estudio y la meditación, propios de la filosofía, la oración del corazón conocido método cristiano y universal y la magia natural. Esta última basada en las correspondencias y analogías existentes en el cosmos y el hombre y la ligazón que las funde en la delicada vibración del plano intermediario. Según Ficino, siguiendo a Platón, la realidad es un caos pintado de formas."

"Músico y ejecutante consideraba que el amor todo lo une pese a que es el 'furor' o 'entusiasmo' (poético, heroico) el que lo descubre. Su magia natural y experimental –que es el origen histórico de la ciencia actual– le llevaba a los mundos invisibles mientras empuñando una lira acompañaba su música con los himnos órficos que recitaba y cantaba inspirándose para todo igualmente en los libros del Corpus Hermeticum, que él mismo había traducido, junto con las obras de Platón, muchas de las cuales no se conocían en su tiempo, o habían caído en el olvido". (Federico González, Las Utopías Renacentistas. Cap. I, "Artes Ignotas del Renacimiento").


Cartas de Ficino

Marsilio Ficino escribió numerosísimas cartas acerca de temas muy variados pero siempre guiado por un pensamiento único y una revelación intelectual.

Su correspondencia con todos los grandes sabios cristianos de su época, los que vivían en las distintas cortes italianas –Ferrara, Mantua, Milán, Venecia, Roma, etc., e inclusive en Francia, Hungría e Inglaterra–, a otros miembros de la Academia, poetas, músicos, filósofos y hombres de Conocimiento cuando no también individuos de guerra, como los Médici, familia que gobernaba Florencia en donde había fundado su Academia Platónica bajo el patrocinio de Cosme, y luego de Lorenzo, tendiendo así lazos invisibles con los sabios de distintas cortes europeas, todas relacionadas con su pensamiento y regidas por autores herméticos, introducidos en ellas como maestros, profesores o ayos, en los distintos reinos, ducados o repúblicas, explicando sus ideas, que fueron, por otra parte, las que generaron el Renacimiento que a poco tomaría otros rumbos no tan sapienciales desde la época de Erasmo de Rotterdam.

En cuanto a los propios neófitos de la Academia les escribía, a veces, cartas que nunca enviaba. Creemos que esto formaba parte del mundo mágico de Ficino y su teatro personal por el que transitaban en distintos escenarios mágicos estos personajes.

Lo mismo hacía con su lira con la que cantaba fragmentos platónicos y del Corpus Hermeticum que tradujo del griego al latín –y aún alguna cosa al italiano– un año antes que las obras de Platón, Plotino, Porfirio y fragmentos de Proclo. Textos que habían sido llevados desde Bizancio por el Cardenal Bessarion, un platónico griego ortodoxo que llegó a Florencia a raíz del Concilio Ferrara-Florencia para la unión de las dos iglesias, y que entregó a los Médici estos manuscritos (1437) y éstos, a Ficino, para su traducción.

Publicamos aquí dos de estas cartas, o más bien fragmentos de ellas –donde predomina, como se puede ver, la defensa y presentación de la otra filosofía, la del conocimiento esotérico, o la doctrina de la Tradición Hermética–, invitando al lector a que las frecuente pues contienen un verdadero tesoro de pensamiento arcaico, demostrando a través de distintos autores egipcios (Hermes Trismegisto), griegos (Platón, Proclo) o de otras procedencias igualmente tradicionales a las que da nombre, inclusive la de Aristóteles, la Unidad de la doctrina.

En su "Discurso en Alabanza a la Filosofía" que dirige a varios sabios les dice:

… La antigua teología de los egipcios y de los árabes nos ha legado esto: Dios es la fuente del ser, del conocimiento y de la acción. Por ello, Pitágoras, Heráclito y Platón, transmitiendo esta teología a Grecia, declararon que el principio de la creación, la verdad de la enseñanza y la alegría de la vida proceden del mismísimo Dios. Platón lo atestigua en La República, el Parménides y el Timeo, así como Jámblico y Proclo lo hacen en sus teologías…

Y más delante aclara

… que de todas las facultades del hombre no hay ninguna que se muestre más próxima o similar a la Divinidad que la filosofía, de manera que nada de lo que está a nuestro alcance, salvo Dios mismo, es visto como algo que sea más perfecto o más excelente. Hermes, el más sabio de los egipcios, parece haberlo explicado por medio del poder divino cuando declaraba que los hombres se convierten en dioses a través de la luz de la filosofía. Pitágoras también entonó la misma nota en los Versos Áureos; y Platón, en sus libros sobre La República, establecía para los filósofos, a la muerte de éstos, los mismos ritos sagrados y misterios que se ofrecen a los dioses. Empédocles de Agrigento decía que la filosofía es un regalo de los dioses que conduce a quien toca a un estado tal que desprecia, desde una intelección elevada, todo lo que está en movimiento, es iluminado por los rayos divinos desde el punto más interno de su inteligencia, y aguarda futuras bendiciones con propósito firme.

¿Pero qué hay más noble que lo declarado por Aristóteles? Mientras que las otras artes y ciencias, impresionadas por el tamaño y la dificultad de la cuestión, se han apartado mucho de la búsqueda de la verdad, sólo la filosofía no ha eludido nunca el trabajo laborioso; ella ha considerado que no es indigna de los tesoros más ricos, y que el conocimiento de éstos le conviene y tiene el mismo origen. Y siendo imposible acercarse a las regiones celestes con la fuerza del cuerpo, el alma, habiendo adquirido el poder del discernimiento intelectual como guía por obsequio de la filosofía, trasciende la naturaleza de todas las cosas por medio de la contemplación. Esto decía Aristóteles.

Finalmente, para ser breve, ya que la filosofía es un regalo del cielo, ella aleja los vicios mundanos; domina firmemente a la fortuna; mitiga maravillosamente la fatalidad; emplea los dones mortales de la manera más recta, e imparte dones inmortales de acuerdo con el deseo…

Para finalizar enseñándonos que

… ya no queda nada más que decir o hacer. Habiendo dejado atrás todo lo que está en movimiento, todo lo que carece de vida, en lo cual no se encuentra nada más que sombras y fantasmas, debemos dedicarnos con toda el alma y un espíritu ardiente al estudio de este don divino.

Aquellos que no participan de la filosofía degeneran rápidamente como en bestias más bajas que la raza humana. No obstante, quienes sirvan moderadamente a la filosofía serán, sin duda alguna, hombres adecuados para enseñar a los eruditos y regir a los gobernantes. Y aquél que se dedique completamente a ella y nada más que a ella durante toda su vida, una vez que haya abandonado el cuerpo, accederá libre y directamente a las regiones supremas, y ascenderá más allá de la forma humana convertido en un Dios del cielo dador de vida.

En otra larga carta dirigida al humanista y amigo Giovanni Francesco Ippoliti, Conde de Gazzoldo, quien en 1480 hizo posible la transcripción de los seis libros del Epistolae, aborda el tema "Sobre la Naturaleza, Instrucción y Función Platónicas de un Filósofo" comenzando de esta manera:

Hace mucho tiempo redacté una carta bastante larga para Bernardo Bembo de Venecia en alabanza de la filosofía, y posteriormente, también algo acerca del mismo tema para el distinguido orador Marco Aurelio. Lo que queda pendiente por mi parte, parece, es escribir alguna cosa sobre la naturaleza, instrucción y función platónicas de un filósofo a fin de que se revele con mayor claridad de qué manera el precioso tesoro de la filosofía puede ser redescubierto más fácilmente por nosotros, y una vez hallado, por medio de qué principio puede ser lícitamente poseído y distribuido… Filósofo

Y más adelante,

… En verdad, cuando la mente se libera de la molestia del deseo a través de los medios de que hemos hablado ya ha empezado a desatarse del cuerpo; en ese momento hay que aportarle el conocimiento de las matemáticas, lo que incluye el número, las figuras planas y las formas enteras, así como sus múltiples movimientos. Dado que los números, las figuras y los principios del movimiento pertenecen a la facultad del pensamiento más que a los sentidos exteriores, la inteligencia, a través de su estudio, se separa no sólo de los apetitos del cuerpo sino también de los sentidos, y se aplica a la reflexión interior. Esto es, en verdad, meditar sobre la muerte, lo cual, escribe Platón en el Fedón, es la labor del que practica la filosofía. Por medio de ello somos devueltos a la semejanza de Dios, tal como se enseña en el Fedro y el Teeteto

Concluyendo que

Cuando todo esto ha sido comprendido cabalmente, Platón introduce la dialéctica, es decir, el conocimiento de cómo la verdad se hace manifiesta. Para Platón, la dialéctica no es solamente aquella lógica que enseña las primeras y más detalladas reglas de razonamiento, sino también la destreza profunda de la mente liberada para comprender la sustancia verdadera y pura de cada cosa, primeramente a través de principios físicos y luego por medio de principios metafísicos. De este modo se puede conocer la razón de cualquier cosa, la luz de la inteligencia puede ser percibida finalmente más allá de la naturaleza de los sentidos y los cuerpos, y pueden comprenderse las formas incorpóreas de las cosas a las que denominamos ideas. Por medio de éstas, la propia fuente única de las especies, origen y luz de las inteligencias y las almas y principio y fin de todo, a la cual Platón llama el bien en sí mismo, puede ser comprendida interiormente. Su contemplación es la sabiduría, y la filosofía es la mejor definición del amor hacia ello. Corresponsales de M. Ficino.