Casa
No se cambia de morada con ligereza, porque no es fácil abandonar el propio "mundo". La habitación no es un objeto, una "máquina de residir", es el universo que el hombre se construye imitando la creación ejemplar de los dioses, la cosmogonía. Toda construcción y toda inauguración de una nueva morada equivale en cierto modo a un nuevo comienzo, a una nueva vida. Y todo comienzo repite ese comienzo primordial en que el universo vio la luz por primera vez. Incluso en las sociedades modernas tan grandemente desacralizadas las fiestas y regocijos que acompañan la instalación de una nueva morada conservan todavía la reminiscencia de las ruidosas festividades que señalaban antaño el incipit vita nova.
Puesto que la morada constituye una imago mundi, se sitúa simbólicamente en el "Centro del Mundo". (Mircea Eliade, Lo Sagrado y lo Profano, cap. I).
La casa es el alma del ser humano que la habita y que busca amparo de la intemperie y los animales.
El techo se corresponde con el cielo, los cimientos con la tierra. Los pisos superiores indican los estados más altos, los sótanos el inframundo. La planta baja podría equipararse al rajas hindú, entre sattwa y tamas, los otros → gunas. La escalera sería la intermediaria entre estos estados.
También estaría equiparada a un recipiente capaz de acoger los efluvios divinos, tal el templo, la copa, la caverna, la fuente, aunque, como hemos visto las energías ctónicas que en ella habitan incluso pudieran transmutarse, merced a lo que igualmente puede efectuar el hombre en su alma; por lo que la casa siempre será construida a imagen y semejanza del cosmos. El castillo es su fortaleza frente a los enemigos exteriores susceptibles de ser avistados desde las torres; los palacios son castillos pulidos y urbanos; los ranchos las mansiones de los más pobres. La casa es una necesidad, la casita propia un pequeño sueño burgués.
Casa, arte japonés