Apolo - Helios (gr.)
Grabado de Guillaume de Signerre para el frontispicio de Practica Musicae, de F. Gafori (Gafurius), 1496.
Escala de tonos y modos musicales, planetas, Musas, Gracias, etc…
Apolo brilla majestuoso y establece las proporciones y ordena la armonía de la Inteligencia que se hace evidente en el momento en que se conoce. Por lo que también el Sol es orden y la manifestación de la Unidad al nivel del Jardín del Paraíso.
En Cábala es Tifereth el centro del Árbol Sefirótico así se mire de arriba abajo o de izquierda a derecha. Igualmente sus rayos nos dan calor a todos pues se la confiere al Universo como transmisor de los efluvios del Padre (Kether), y nos exige la reintegración al plano de la Idea (o sea, Atsiluth). → Árbol de la Vida.
Es sabido que los siete días de la semana se corresponden con los siete planetas que son símbolos de los dioses mitológicos más importantes. Así el lunes con la Luna, el martes con Marte, el miércoles con Mercurio, etc. El domingo es el día del Sol, en inglés Sun-day y en castellano domingo, derivado de dominus, señor en latín, aplicado a la deidad como es el caso de dominus pater (señor o dios padre) y es el día festivo y sagrado para los cristianos, así como el sábado lo es para los judíos y el viernes para el islam. Nombraremos además que ese dios luminoso se corresponde con Apolo, llamado así por los grecorromanos y está vinculado asimismo con los dioses Helios y Febo, griego y romano respectivamente, aunque estos últimos no se consideran entre los grandes dioses como tampoco Faetón, hijo de Helios y conductor del carro solar; toda la importancia se la lleva Apolo, la más popular de las deidades griegas, salvo Zeus.
Revoloteaban de su cuerpo múltiples centelleos y el resplandor llegaba hasta el cielo.
Así lo describe Homero en el Himno a Apolo (441-2). Sin embargo, Horacio, autor latino que era el modelo de la poesía hasta hace muy pocos siglos, afirma en sus Odas IV, 6:
Febo me concedió inspiración; Febo el arte de versificar.
Relacionando de este modo al dios Apolo, con el patrimonio de las → Musas.
Apolo y las Musas. Anónimo s. XV.
Biblioteca Apostólica Vaticana, Cod. Pal. lat. 1066, 218 v.
También Ovidio en las Metamorfosis pinta el Templo de Febo de este modo:
El alcázar real de Febo era de altísimas columnas, refulgente, con oro y con carbunclo en gran manera. El techo de marfil resplandeciente, con las puertas de plata, do salía en rayos claridad muy excelente. La obra a la materia aún excedía, porque Vulcano había allí esculpido el océano mar, la tierra fría. Y el eminente cielo y agua ha sido con verdinegros dioses dibujada, y obra del cincel raro, escogido.
Como afirma Robert Graves en Los Mitos griegos:
La historia de Apolo es confusa. Los griegos le hicieron hijo de Leto, diosa conocida como Lat en Palestina meridional, pero era también un dios de los Hiperbóreos ("hombre de más allá del Viento Norte") a los que Hecateo (Diodoro Sículo: ii.47) identificó claramente con los británicos, aunque Píndaro (Odas píticas x.50-55) los consideraba libios. Delos era el centro de este culto hiperbóreo, el cual, según parece, se extendía al sudeste hasta Nabatea y Palestina, al noreste hasta Bretaña, e incluía a Atenas. Constantemente se cambiaban visitas entre los estados unidos en este culto (Diodoro Sículo: loc. cit.).
Apolo, entre los Hiperbóreos, sacrificó hecatombes de asnos (Píndaro: loc. cit.), lo que lo identificaba con el "Niño Horus", cuya victoria sobre su enemigo Set celebraban anualmente los egipcios arrojando onagros por un precipicio (Plutarco: sobre Isis y Osiris 30). Horus vengaba el asesinato de su padre Osiris por Set.
Y finalmente
En la época clásica la música, la poesía, la filosofía, la astronomía, las matemáticas, la medicina y la ciencia se hallaban bajo la dirección de Apolo. Como enemigo de la barbarie, defendía la moderación en todas las cosas, y las siete cuerdas de su lira estaban relacionadas con las siete vocales de alfabeto griego posterior, tenían significado místico y se las utilizaba en la música terapéutica. Finalmente, a causa de su identificación con el niño Horus, concepto solar, se le adoraba como el sol, de cuyo culto corintio se había apoderado el Zeus Solar, y su hermana Ártemis era identificada justamente con la luna.
Como hemos dicho es la correspondencia (según nuestro criterio) con la sefirah central del Árbol de la Vida donde se la llama Tifereth (Belleza), que se encuentra tanto en el centro vertical como en el horizontal del diagrama, en el Pilar llamado del Equilibrio, lo que además puede ilustrar la concepción de la Belleza griega como justo medio entre las partes; Platón vendría a completar este concepto identificándola con el Resplandor de la Verdad y el Bien, como la Armonía entre opuestos.
Juan Bautista Tiépolo, Apolo y Artemis, 1757
Figuración de la belleza física y la juventud, es asimismo el representante de las Artes y Ciencias humanas. Hermano gemelo de Diana-Artemisa, es hijo de Júpiter y Leto. Reinó sobre Delfos donde instaló su oráculo compartido por sus discípulas, las Pitonisas, después de matar a la serpiente-monstruo Pitón de la cual éstas derivaban su nombre. Padre de Asclepio (Esculapio) el cual heredaría la medicina y la posibilidad de curar espiritualmente, se lo solía presentar rodeado de las Musas y tocando la lira, regalo de Hermes. Su amante fue Dafne perseguida por él al punto que ésta se convirtió en laurel para eludirlo. Consumada la conquista, la corona de laurel pasó a ser atributo de los ganadores en torneos y lances.
…anuncian los oráculos de Febo Apolo, el del arma de oro: todo lo que diga vaticinando desde el laurel, al pie de las gargantas del Parnaso. (Himno Homérico a Apolo, 394-5).
Armado como su hermana con un carcaj de flechas. Asociado con las artes, especialmente con la música. Igualmente es representante de las proporciones equilibradas, fundamento de la belleza "apolínea".
Por ello el hecho de que se encuentre en el centro del Árbol lo hace mediador entre lo alto y lo bajo, un intermediario divino en el camino a la sumidad y por eso una etapa en el ascenso espiritual, que ha sido precedida por Yesod y que relaciona a ambas con el sol y la luna, con Helios y Artemisa respectivamente. Pero esa posibilidad es imprescindible y para muchos pueblos e individualidades un fin en sí misma.
Aunque el verdadero iniciado aprende que el esplendor de la belleza, la bondad y la verdad es sólo el más importante lugar para ser jalados hacia el Silencio, la Oscuridad y el Misterio, es decir hacia el No-Ser.
Apolo es tan hermoso y radiante que no sorprende que se lo tome por lo final, aunque esto último lo trasciende y está equiparado a la ausencia de atributos por lo cual la lengua debe nombrarlo de modo negativo, o sea, agregando la partícula in, como es el caso de in-finito, y de otros vocablos varios vgr: in-nombrable, etc.
Mas no todo es brillo en el sol que desaparece la mitad del día en una porción del hemisferio mientras en otros lugares geográficos aparece sólo una hora, o nada, o según el ritmo de las estaciones en verano jamás se pone. Diversos pueblos en fechas precisas del año esperaban angustiosamente su aparición que pensaban no siempre podía producirse, en particular en los equinoccios, celebrando con cantos, himnos y danzas su salida, por lo que se lo debe ligar también con la Oscuridad.
Relieve de Helios en su carroza
Procedente de Troya, c. 300 a. C.
Museo Staatliche, Berlín
2. Helios vive en un palacio fastuoso en el lejano Oriente y todos los días pasea por el firmamento en un carro dorado (bronce) obra de Hefesto. Tiene la ventaja de ver por medio de su ojo todo lo que acontece en la tierra.
Zeus le otorgó la isla de Rodas y allí tuvo numerosos hijos con la ninfa Rodo, los cuales gobernaron la isla después de su reaparición, hundida por el diluvio de Deucalión.
Su hijo Faetón un día tomó las riendas del carro solar y voló tan alto que la gente tiritaba de frío y luego tan cerca de la tierra que calcinó todo lo cultivado. Zeus, sin más, lo mató con su rayo.
Helios, en sus comienzos no era ni siquiera un olímpico, apenas el hijo de un Titán. Posteriormente se transformó en el más importante de los dioses, reapareciendo con el esplendor de Apolo.
Abundando en la materia:
Ven, afortunado, Peán, matador de Titio, Febo, Licoreo, habitante de Menfis, receptor de espléndidos honores, sanador, dispensador de felicidad, de áurea lira, fecundador, ordenador de las labores agrícolas, Pitio, titán, grinio, esminteo, destructor de Pitón, délfico adivino. Agreste y lumínica deidad, amable y glorioso joven, conductor de las Musas, organizador de coros; flechador con los disparos de tu arco, báquico, didimeo, que hiere desde lejos, oblicuo, sagrado. Soberano de Delos, que posees una mirada que todo lo abarca e ilumina a los mortales, de áurea cabellera, que pronuncias puros preceptos y oráculos. (Himnos Órficos, XXXIV, A Apolo, trad. M. Periago).
Plutarco señala la diferencia entre el dios y su imagen sensible:
En cuanto a aquellos que creen que Apolo y el sol son el mismo, merecen ser acogidos con afecto y cariño por su nobleza, al poner la idea del dios en aquello que más estiman de cuantas cosas conocen y anhelan; mas, en la convicción de que ahora están soñando con el dios en el más hermoso de los sueños, despertémosles e invitémosles a seguir más arriba y contemplar su realidad despierta y su esencia, aunque a honrar también esta imagen y venerar la fuerza productiva que la rodea, imagen que, en la medida en que es factible para un ser sensible reflejar lo inteligible y para un ser móvil lo permanente, de uno u otro modo hace brillar a través de sí ciertos reflejos y formas de la amabilidad y felicidad que rodea a aquél. (Plutarco, "La E de Delfos", 21. Gredos).
3. Es común escuchar que los indígenas precolombinos (y casi todos los pueblos antiguos) adoraban al sol en forma supersticiosa. No es cierto que ellos creyeran que el sol era "dios" en el sentido literal; la verdad es que estos pueblos le rendían culto al astro rey, al que consideraban "padre", pues sabían que con su calor y su luz fecunda a las criaturas y les da la vida y que él es el generador de todos los seres manifestados en la tierra. Siempre lo vieron como un intermediario entre el mundo físico y el metafísico, ya que él recoge las energías celestes y las envía a la tierra, sirviendo también de vehículo para que los hombres asciendan al mundo de los dioses.
El sol es el que determina fundamentalmente la cuenta de los días, los años y las grandes eras, y sus ciclos están además en íntima relación con los períodos de la agricultura. Se encuentra en el centro del cielo igual que el corazón en el centro del hombre, y es expresión de la Inteligencia cósmica. Los americanos lo consideraron símbolo de resurrección y de inmortalidad.
Entre los aztecas, Huitzilopochtli es el sol, el joven guerrero que nace todas las mañanas del vientre de la vieja diosa de la tierra, y muere todas las tardes, para alumbrar con su luz apagada el mundo de los muertos. (Alfonso Caso, El Pueblo del Sol).
Huitzilopochtli en su templo
Códice Azcatitlán, pág. 11
Ellos comparaban al sol con el águila y creían que todas las tardes este astro cae y muere; para que se levante y nazca de nuevo, el sol, necesita de la sangre (chalchíuatl) de los hombres, siendo el pueblo azteca el elegido por el sol para que le dé su alimento. Este pueblo denomina al sol Tonatiuh y lo invoca llamándole
el niño precioso, el resplandeciente
y
el águila que asciende.
Tonatiuh es la figura que aparece en el centro de la Piedra del Sol (conocida como el calendario azteca), donde se le ve con figura humana, en el medio de un círculo, y con la lengua afuera, símbolo de la palabra creadora. Es notable la similitud de este símbolo con el de otras Tradiciones que representan al sol, como corazón del mundo, en el centro de la rueda del zodíaco, o rueda cósmica.
En el mito de la creación, fue Nanahuatzin, dios sifilítico al que llamaban "buboncillo", el que se sacrificó en el fuego y se convirtió en el sol, mientras Tecuciztécatl se lanzó después de él y se convirtió en la luna.
En las Tradiciones de Mesoamérica (como es casi unánime en las de otros pueblos), el sol se opone a la luna, simbolizando la dualidad macho-hembra. Algunos afirman que en Teotihuacán se sacrificaban hombres al sol y mujeres a la luna, aunque en algunos mitos indígenas, entre ellos el que acabamos de citar, los dos "personajes" son masculinos, inclusive gemelos, según nos narra el Popol Vuh.
Los aztecas llaman soles a las grandes eras, que terminan siempre su ciclo en grandes cataclismos.
En el ámbito maya, los nombres principales del sol son: Kin, "sol" o "día", y Kinich Ahau, "Rostro del Sol" o "Señor Ojo del Sol". Ningún grupo maya parece haber aceptado la idea de que el sol fuera el dios creador, el sol es el hijo o la creación de otra divinidad, tal cual los hermanos Ixbalamqué y Hunahpú, la luna y el sol.
El dios del sol se representa en el arte del período clásico en figura de anciano, con un ojo cuadrado y una curva debajo, también con una nariz fuertemente romana; una barbilla enroscada le cuelga de las comisuras de la boca, como a los Chaacs, y una espiral sale detrás de su nariz vista de perfil. Los dientes están limados en forma de T achatada y las pupilas se encuentran en el ángulo superior del ojo. Como personificación del día Ahau, el sol suele representarse en figura de hermoso joven de ojos almendrados. Ahau significa "señor".
Hay un aspecto dual del dios del sol; el joven que cortejaba a la luna y tuvo varias aventuras antes de subir al cielo como sol, y el Dios anciano del cielo asociado con Itzamná (dios D) llamado Itzamná Kinich Ahau a quien consideraban inventor de la escritura; los días Kin eran la base de la adivinación, y los sacerdotes eran llamados Ah Kin. El signo Kin de cuatro pétalos forma parte del glifo del dios solar en los códices.
Signo Kin
Los mayas quichés de Guatemala le dan al sol el nombre de Hum-Ahpu-Vuch; le llaman "Abuelo" y lo representan como un hombre con hocico de tapir.
Los lacandones lo llaman Acan Chob o Chi Chac Chob (chob = bizco) esposo de Acna diosa de la luna.
Como hemos anotado, en el Popol Vuh, el libro sagrado maya-quiché, Hunahpú e Ixbalamqué, los hermanos gemelos varones hijos de Hun-Hunahpú y de la virgen Ixquic, se convirtieron en el Sol y la Luna después de sus hazañas en la tierra y el inframundo, donde vencieron a los señores de Xibalbá.
La manifestación mejor conocida de la sacralidad celeste es el dios solar. Como en otras muchas religiones de la antigüedad, el sol fue para los mayas símbolo máximo del orden y la esperanza. Su movimiento regular, el calor y la luz que procuraba, la fuerza superior frente a los restantes moradores del firmamento, le convirtieron tempranamente en divisa del poder, de las leyes, de la vida, de las edades y de la resurrección. La muy vetusta representación de las bandas cruzadas (signo 552 en el Catálogo de Jeroglíficos de Eric Thompson) parece expresar la idea del mundo según las esquinas por donde sale y se pone el sol en los solsticios, con un punto de encuentro central que indica el eje vertical y la comunicación de las regiones cósmicas: una división en cuatro partes triangulares iguales que simbolizan los lados y las direcciones (como aparece dividida Tenochtitlán, la capital azteca, en el Códice Mendoza). (Miguel Rivera Dorado, La Religión Maya).
En Alaska llamaban al Sol Akycha; los dakotas Angpetu Wi; los pawnees de las grandes llanuras de Norteamérica le denominaban Shakuru; y los chéroquis por su parte le conocían como Unelanunhi, y le llamaban también Sutalidihi.
Entre los incas del Perú es llamado Inti, y se le considera hijo mayor de Pachacámac, Señor del Universo.
El dios Ra, egipcio, es creador de dioses, hombres y todas las cosas. Se presenta en muchísimas formas y tiene múltiples funciones y nombres.